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Actualizado: 26 de noviembre de 2025


Los balcones, abiertos por el calor, daban paso franco al estrépito del carruaje que rueda, del vendedor que chilla, del afilador que aguza los dientes con sus chirridos, del piano ambulante e infatigable, que desarrolla la general jaqueca con las vueltas de su manubrio.

Afortunadamente, la montaña es siempre el retiro más benigno para quien huye de los caminos abiertos por la moda. Durante mucho tiempo podremos apartarnos del mundo frívolo y reconcentrarnos en la verdad de nuestro pensamiento, alejados de esa corriente de opiniones vulgares y ficticias que turban y descaminan hasta á los espíritus más sinceros.

La arquitectura ojival no desarrolla algunos de sus encantos sino en las fachadas y rosetones de templos medio bizantinos edificados al parecer sobre un mismo prototipo; la arquitectura oriental no ostenta la belleza de sus formas sino en la mezquita, en parte de los muros, en el interior de un escaso número de edificios, en el fondo de costosos acueductos abiertos en la peña por manos de cautivos; la arquitectura romana no guarda sino algunas de sus piedras en los cimientos de la fortificacion y en el interior de algunos monumentos.

Las alquerías de nítida blancura parecían reflejar como espejos el fuego de un sol africano. Zumbaban en el ambiente los enjambres de insectos. En la sombra verdosa de las higueras, amplias, bajas y redondas, apoyadas en un círculo de estacas como un techo de verdura, caían los higos abiertos por el calor, reventando en el suelo como enormes gotas de azúcar purpúreo.

Tres eran los teatros que á la sazón había abiertos en Sevilla: el Principal, el de la Misericordia y el de la Feria, y en ellos funcionaban en aquel tiempo tres compañías dramáticas, que entusiasmaban con El terremoto de la Martinica, La terrible noche de un proscrito, Marta la romantina, El campanero de San Pablo.

Cuando un toro enorme, de muchas libras, cuello grueso e intenso color negro, llegaba a la suerte de banderillear, el Nacional se colocaba con los brazos abiertos y los palos en las manos, a corta distancia de él, llamándolo con insultos: ¡Entra, presbítero!

No serás el ángel que me ayude dijo con tristeza la tía María. Dolores recibió a la enferma con los brazos abiertos, celebrando como muy acertada la determinación de su suegra. Pedro Santaló, que había llevado a su hija, antes de volverse, llamó aparte a la caritativa enfermera y, poniéndole las monedas de oro en la mano, le dijo: Esto es para costear la asistencia y para que nada le falte.

¡La reina de las Españas te mereces, hermoso!... Ya pué tener los ojiyos bien abiertos la señá Carmen. El mejor día te roba una gachí y no te degüerve... ¿No me darías un billete pa esta tarde, Juaniyo? ¡Con las ganas que tengo de verte matá, resalao!...

Hay mil caminos abiertos por donde pueden lanzarse los hombres nuevos. Los que no lo son, deben quedarse a un lado mirando y viviendo. Mi ideal está lejos. El tiempo le tiene tan guardado aún, que no se le vislumbra aquí por ninguna parte.

La doncella italiana, con los ojos desmesuradamente abiertos por el susto, quedó ante la pobre mujer consolándola con palabras sueltas que le arrancaba la lástima «¡Povera! ¡poverina!... ¡coraggio!» Y la hortelana, en medio de su desfallecimiento, abría los ojos para mirar a la extranjera, no comprendiendo las palabras, pero adivinando su ternura. La señora salió a la plazoleta.

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