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Actualizado: 26 de noviembre de 2025


Un día estaba la dama sola en su gabinete. Se había dejado caer en una butaca. Inmóvil, con la cabeza echada hacia atrás y las manos pendientes, parecía dormida. Sin embargo, Josefina, que rondaba el gabinete, se atrevió a mirar por la rendija de la puerta y observó que tenía los ojos abiertos, muy abiertos, y que su frente estaba temerosamente fruncida.

Al contacto de las manos de Luis, pareció despertar aquella carne sumida en el sopor de la embriaguez. Se revolvió el cuerpo adorable, brillaron sus ojos un momento, pugnando por mantenerse abiertos, y algo murmuró la boca ardorosa junto al oído del señorito.

Vamos, vamos cuando usted quiera, señorita; ya estoy lista. Ambas se pusieron las mantillas, y procurando no hacer ruido bajaron hasta el portal, abrieron con precaución la puerta, que aun se hallaba cerrada, y salieron a la calle, que atravesaron con los paraguas abiertos hasta llegar al soportal de enfrente.

Todos te recibirán con los brazos abiertos, Pepa, si quieres volver... Se sabe que el Chucro te robó contra tu voluntad... ¡Nadie te diría una palabra! Pepa, siempre lo mismo...

Sintió dolor en las manos á causa de la tenacidad con que estaban agarradas al objeto providencial que le había servido de punto de apoyo en su agonía de náufrago. Los ojos de Gillespie, todavía mal abiertos, siguieron la longitud de uno de sus brazos, en busca de las manos, para encontrarlas al fin agarradas á una madera de color de manteca, pulida y brillante.

Vi como en un sueño mi senderito, en el momento en que lo atravesaba una corza, erguida sobre sus delgadas patas con los ojos muy abiertos y dispuesta a saltar.

La madre de Lorenzo, que se hallaba recostada en la puerta de la sala que daba acceso al vestíbulo, interrumpió los saludos dirigidos a Melchor diciéndole: Venga para acá... venga el santo... el bueno... ¡Señora! exclamó Melchor dirigiéndose hacia ella, que lo recibió con los brazos abiertos exclamando: Un abrazo... así... fuerte... ¡muy fuerte! y rompió a llorar.

Entraba en la taberna tapándose con el rico y deslumbrante capote los fragmentos de camisa que se le escapaban por las roturas del calzón, doliéndole aún los huesos a causa de los revolcones que le había dado el novillo. La madre, mujer fuerte y mal encarada, corría a él con los brazos abiertos, conmovida por la emocionante espera durante toda la tarde.

«Tengo que ver, sin embargo, lo que hace», me digo, con el deseo secreto de admirarla a mi gusto durante su sueño. Pero, cuando, a hurtadillas, me aventuro a levantar un poco, un poquitito, los párpados, veo... ¡ah señores, siento frío en la espalda todavía!... veo sus ojos completamente abiertos, fijos en , feroces, devoradores, me atreveré a decir.

Abrióse entonces violentamente la puertecilla y apareció en ella Jacobo, revólver en mano... Imposible era reconocer al tío Frasquito en aquel esperpento, y Jacobo no vino en la cuenta de quién era hasta que tendiendo el fantasma hacia él los brazos abiertos, gritó angustiado: ¡Jacobo!... ¡Jacobo!...

Palabra del Dia

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