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Yo creo que le obligan todas las noches a que se ponga la cruz de oro sobre el pecho para entrar en el comedor, y si se olvida le riñen... Viene otro cura, un abate francés de barbas luengas, con aire de marino, que ha sido contratado para dar conferencias católicas en un teatro de Buenos Aires.

Entró en el comedor, luego en un pequeño pasillo que daba á un patio, subió la escalera que conducía al piso segundo y á la buhardilla; pero al llegar arriba, ya Bozmediano había desaparecido, y sólo pudo ver un bulto que se ocultaba, cerrando vivamente una puerta desconocida. También le pareció ver la figura diabólica del abate en el momento brevísimo en que la puerta estuvo abierta.

Elías es un loco rematado, es realista; pero con un fanatismo que le llevará hasta el martirio. ¿Y quiere á esa joven? No : yo lo dudo. Coletilla no ama más que al Rey, mejor dicho, al Príncipe real. Pues bien: á ver como me introduces en esa madriguera. Es preciso entrar de ocultis dijo con la más maliciosa sonrisa el abate.

no conoces cómo son nuestros odios había dicho algunas veces a su amiga la jardinera . En la vida vulgar son pocos los hombres que mueren de un disgusto. El que siente enfado se desahoga y recobra la tranquilidad. Pero en la Iglesia se cuentan a centenares los que mueren de un acceso de ira por no poder vengarse, porque la disciplina les cierra la boca y abate su cabeza.

Antes de conocerse la ciencia geológica, y cuando aun no se habían hecho estudios paleontológicos, se ocuparon de dicho barranco, mas bien como objeto de curiosidad que como motivo de esploración científica, el Padre Feijóo, el naturalista Bowles, el geógrafo Antillon y el abate Juan Andrés.

A las cuatro de aquella tarde, cuando, después de salir las tres damas, Clara se encontró sola, quiso satisfacer su curiosidad leyendo la carta que le había dado el abate; pero observó que Elías andaba por el pasillo: tuvo miedo, y la guardó. Media hora después, habiendo Coletilla salido con Carrascosa, se quedó sola, enteramente sola y encerrada. Entonces abrió la carta.

El jardincito del abate Constantín, sólo estaba separado del camino por una verja muy baja, en medio de la cual había una pequeña puerta. Los tres miraron y vieron venir un carruaje de alquiler de forma primitiva, tirado por dos grandes caballos blancos, manejados por un cochero de blusa. Junto al cochero iba un criado con librea de la más severa y perfecta corrección.

El abate no había inventado de antemano la mentira que necesitaba emplear para salir de la casa de Elías: así es que se vió aturdido por un momento; pero su astucia frailesca no le faltó. Pues parece que esos chicos están alborotados, y dicen que usted les ha engañado: que usted no tiene poderes de ... de aquella persona; que usted.... ¿Que no tengo poderes? dijo Elías.

No había querido dar la conferencia, pero ofrecía algo más interesante: el espectáculo de un grande hombre, cuyos retratos figuraban en los periódicos, ayudando la misa de aquel obispo obscuro, que parecía aturdido por tal honor. Abandonaba a veces el abate su actitud encogida, para dirigir al oficiante como un maestro.

El abate Constantín, sin embargo, comió con buen apetito, y no retrocedió ante dos o tres copas de champagne. No odiaba la buena mesa. La perfección no pertenece a este mundo, y si la gula es, como lo dicen, un pecado capital, cuántas buenas gentes irían al infierno. El café lo sirvieron sobre el terrado del castillo.