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Actualizado: 25 de junio de 2025


¿No me responde usted? Tenía un legadillo.... Es imposible sacarle una respuesta. Tenía un legadillo.... Comprendió Lázaro que era inútil toda indagación. Salió de la casa, dejando al abate en la misma actitud de mochuelo posado, y se fué á la calle del Humilladero, donde encontró á Bozmediano, que le esperaba con inquietud, y al verle llegar, le dijo: Amigo, le persiguen á usted.

Vuelvo en seguida, mi padrino le dijo; pues tengo necesidad de hablaros. Y salió bruscamente, sin que el abate tuviera tiempo para darle un terrón de azúcar a Loulou, o más bien dicho, unos terrones de azúcar, pues llevaba cinco o seis en el bolsillo, considerando que bien merecía Loulou este regalo por los diez días de marcha y las veinte noches pasadas al raso.

El abate Julio, en quien el autor retrató á cierto tío suyo clérigo, es hombre sencillo, indulgente, lleno de compasión hacia la humanidad y que olvida los latinajos de ritual junto al lecho de los moribundos; sus labios piadosos balbucean frases profanas, ingenuas, de un lirismo místico infinitamente dulce. «¡Pobre niña dice, que te vas al día siguiente de llegar!

Las llamas del hogar ponen su reflejo sangriento, y el segundón, con un aullido, hunde la maza de su puño sobre la frente del viejo vinculero, que cae con el rostro contra la tierra. La hueste de siervos se yergue con un gemido y con él se abate, mientras los ojos se hacen más sombríos en el grupo pálido de los mancebos.

Al volverse Candido á su casa con el abate, sintió algunos remordimientos por haber cometido una infidelidad á Cunegunda; y el señor abate tomó parte en su sentimiento, porque le habia cabido una muy pequeña en los diez mil duros perdidos por Candido al juego, y en el valor de los dos brillantes, medio-dados y medio-estafados: y era su ánimo aprovecharse todo quanto pudiese de lo que el trato de Candido le podía valer.

Blanca le hacía toda clase de fiestas y cariños al insinuante abate: al sentársele al lado, aquella criatura, fría e impávida, se volvía una gata mimosa con el clérigo: le besaba respetuosamente el dedo ceñido por el anillo de regla: le tomaba el capelo, le traía ella misma la taza de y le ponía en la boca alguna rica golosina de Roverano, con una gracia indescriptible.

Preguntas que no tienen fin. «¿Os habéis educado juntos? ¿Tomásteis lecciones los dos con el abate Constantín? ¿Dentro de poco será capitán? ¿Y después? comandante. ¿Y después? coronel et cætera... et cætera...» ¡Ah, Juan, amigo mío, Juan, si quisieras realizar un lindo sueño!... Juan se fastidió, casi se enojó. Pablo quedó asombrado ante este acceso de brusca irritación. ¿Qué tienes?

Las mejores páginas que Balzac, Dumas y Daudet consagraron á la descripción de este pavoroso estado de alma, son muy inferiores al cruel examen que Mirbeau hace del fatalismo trágico, ineluctable, de las pasiones infames. «El abate Julio» es el fracaso del sacerdote obligado, por sus votos, á no tener familia.

Un día, con gran reserva, se atrevió a poner de manifiesto sus intenciones a monseñor, el cual frunció el ceño al oírle y le anunció con tono firme y decidido que abrigaba otras miras respecto a él. El abate de V * había sido nombrado obispo, y esperaba algo más; confiaba en alcanzar muy en breve el capelo de cardenal.

Un día quiso sorprender a la Academia Francesa, en la cual entró en 1774, leyendo unos versos de carácter virgiliano. El buen abate deseaba mantener el secreto de esta lectura hasta el momento de realizarla; pero le costaba mucho contenerse.

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