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Veíame ya gobernador de provincia, duque, par... Y, al detenerme por la noche en una posada había llegado a mariscal de Francia. La voz de un criado, que me llamó sencillamente caballero, me obligó a salir de mi éxtasis y volver a la realidad. Al día siguiente y en los sucesivos, tuve los mismos sueños, la misma embriaguez. Mi viaje era largo.

Todo lo despreciaba y olvidaba contemplando sus tierras. Y Batiste sentíase poseído de un dulce éxtasis al verse cultivador en la huerta feraz que tantas veces había envidiado cuando pasaba por la carretera de Valencia á Sagunto.

Dicen que una de las causas que motivan esta enfermedad es el misticismo religioso y el hábito de los éxtasis y visiones. Eso será lo que tiene. ¡Pobre Paulita! Aquella noche estaban los dos en el mismo cuarto, sentados junto á una escasa lumbre. Clara se había levantado completamente restablecida. Lázaro revolvía en su imaginación los peregrinos incidentes de los días anteriores.

Pero al través de la admiración que sentía, de ese éxtasis consolador, y de su fe tan reconfortante, un sentimiento de secreta angustia le oprimía el corazón al pensar que jamás palabra alguna habría podido expresar a aquella de las dos criaturas que vivía aún, el ímpetu de devoción hacia su persona, la necesidad de inclinarse ante ella que lo dominaban.

No, no he sido joven, porque jamás he gozado de las puras alegrías de la juventud, de los éxtasis apasionados del primer amor, de las dulces zozobras que trae consigo, de los placeres ideales... Siempre contrariada en mis sentimientos, en las afecciones de mi corazón... El mundo, los parientes, las circunstancias, me obligaron a casarme muy joven con un hombre a quien no quería.

El miserable miraba siempre a la monja, repitiendo con admiración: «¡Qué hermosa es! ¡qué hermosa esPor fin, la voz chillona del alcalde vino a sacarle de su éxtasis, tanto más fácilmente cuanto que la monja había abandonado el palco apoyada del brazo de la superiora, y que dos alguaciles habían sujetado la brida de su caballo, a lo que él no opuso resistencia alguna.

Enumeraba las casas suntuosas donde había pasado horas felices, conociendo lo mejorcito de Madrid en ambos sexos, y recreándose con amenos coloquios y pasatiempos muy bonitos. Cuando la conversación recaía en cosas de arte, Ponte, que deliraba por la música y por el Real, tarareaba trozos de Norma y de Maria di Rohan, que Obdulia escuchaba con éxtasis.

Hasta la inmortal esencia de su espíritu se diluye y se pierde en aquel Océano luminoso, viniendo a ser todo uno y lo mismo. Todavía, sin embargo, Hay vuelve del éxtasis y contempla de nuevo el Universo visible, pero ya reconoce en todo él, en una parte más intensa y en otras menos, la luz en que estuvo inundado.

Aquellos salones deslumbrantes de luz, saturados de perfumes, henchidos de bellezas cargadas de lujo y de pasiones; el incesante crujir de las telas; el ondular de las colas, arrastradas sobre los aterciopelados tapices; el rumor de las conversaciones, el centelleo de las joyas, los suaves acordes de la invisible orquesta, y el flujo y reflujo de la muchedumbre, verdadero mar de colores y sonidos derramado por aquellos ámbitos esplendentes, ora en impetuoso torbellino agitado por los huracanes de la danza, ora en sosegado vaivén durante los intermedios; toda aquella magnificencia, en suma, toda aquella pomposidad babilónica, ejercía sobre el espíritu cierta impresión de borrachera, que disculpaba, en lo humano, el éxtasis en que el marqués admiraba el espectáculo, la pasión con que la marquesa hacía los honores de él, y la voluptuosidad con que la hija se dejaba mecer sobre el oleaje de aquella tempestad de deleites.

Y a veces brota del centro del alma una luz interior que baña las potencias que hasta el centro no han penetrado, por donde nuestro ser individual, aun en el éxtasis, no se esfuma, ni se desvanece, ni se desmaya, sino que con más ser vive, siente, piensa, conoce y ama.