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Guillermina extendió la mano para taparle la boca; pero sin resultado. «Yo no podía hablar... Me quedé como una estatua; me dieron ganas de llorar, de echar a correr o de no qué». No le diría a usted nada de particular indicó la santa muy asustada, quitando gravedad al asunto . Nada más que un saludo... ¿Qué saludo?... Verá usted.

Con altivez de grandes señores, arrojaron su puñado de cobre sobre el mostrador, como abofeteando al dueño. Si quería más podía ponerse a cuatro patas, que a ellos aún les quedaba dinero para taparle, si era preciso. Y decían esto con desdén olímpico, como si tuviesen a mano todos los millones del Banco de España en calderilla.

¡Bendito país, donde la traición, el engaño y hasta el error tienen remedio! ¿Y quién te dice que yo sea capaz de aceptar eso? ¿Acaso no puedo quererle? ¿Al niño? Naturalmente; al fin, es hijo tuyo. No me has comprendido... repuso sin atreverse a concluir. ¡Calla, traidora! porque no respondo de . Y alzó tanto la voz, que ella hizo ademán de taparle la boca con la mano.

Toma, dijo, dándole el cigarrillo á una india, que supimos era la esposa del enfermo, cuando le suba el frío, hay que traerlo abajo, y para llamarlo, tienes que taparle con eso todas las respiraciones ¡Santos cielos! exclamamos en nuestro interior, ¡cuántas respiraciones conocerá ese constructor de cigarrillos!

Al pasar por el comedor salió a saludarla el ama de llaves, muy atenta y obsequiosa, ensanchando cuanto pudo su robusta persona para taparle la vista de la mesa en que se hallaban los restos de la francachela que, en ausencia de su amo, celebraban aquellos granujas. Acudió el cocinero por el otro lado, pillo de siete suelas con aire de bonachón y campechano, y la invitó también a ver su cocina.

Así sucede que va Vuecencia a tapar un agujero, y para taparle se forma otro; y tapa éste, y resulta otro más grande; y, tapa aquí y destapa allá, piérdese algo el buen tino, y al menor descuido salta una criba entera, que, créalo Vuecencia, no es la mejor capa para esperar un hombre, abrigado con ella, los calores del verano; sobre todo, si dan en apretar mucho, como aquí sucede, los fríos del invierno.

A este mismo señor canónigo que embozadamente le había reprendido algunas veces por la pimienta de sus epigramas, solía taparle la boca el Arcipreste diciendo: Nada, nada, repito lo que mi paisano y queridísimo poeta Marcial dejó escrito para casos tales, es a saber: Lasciva est nobis pagina, vita proba est.

Lo que yo quisiera es que estuvieses dormido ya contestó Dolores. ¡Mentira! ¡Cómo habías de querer guardarte en el buche el sermón sin paño, que me tengo que zampar yo, entre duerme y vela, si he de dormir en cama! ¡Fácil era! ¿Y no sabes taparle la boca? le dijo riendo su cuñado.