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Allá, en las intimidades secretas de su casa, cuando no había de trascender al público, escatimaba, regateaba, sustraía de una cuenta cualquier cantidad por insignificante que fuese; no tenía inconveniente en mentir descaradamente para escamotear a un comerciante algunas pesetas.

El Padre pedía a Dios un milagro: olvidarla, dejar de amarla, que Dios hiciese de suerte que él viniese a entender que no era a doña Luz a quien había amado, sino a un fantasma parecido a doña Luz, cuyo bulto nebuloso se sustraía a todo abrazo corporal, cuyo corazón no latía más vivo al sentirse estrechado por otro, cuyos labios no besaban ni cedían comprimidos por los besos de otros labios, y cuyos pies, en suma, no tocaban este bajo suelo.

Señor presidente manifestó el abogado de Obdulia, la acusación se adhiere a esta petición de la defensa, pero solicita que este careo se efectúe después que la querellante haya declarado. Así lo dispuso la presidencia. El acusador repreguntó a D.ª Josefa: ¿Es cierto que la testigo miraba con malos ojos a mi defendida, por suponer que la sustraía una parte del cariño o la estimación de su amo?...

Imposible de toda imposibilidad era ya que Mutileder llegase a donde estaba el marino fenicio, quien se sustraía así a su venganza. Tiempo había de pasar, pampanitos había de haber, antes de que dicho marino se pusiese a tiro de su honda o al alcance de su garrote.

Como la casa era tan espaciosa que a no ser por su sencilla rustiquez y carencia de adornos arquitectónicos, pudiera pasar por palacio, don Andrés, refugiado en sus habitaciones del piso principal, se sustraía al bullicio, y, según he indicado ya, estaba tranquilo. Enciéndase, con todo, que esta tranquilidad no era mental, sino corpórea. Mentalmente el cacique estaba agitadísimo.

Repentinamente cesaron los gemidos de Raquel: vuelta a la conciencia de las cosas, su mirada continuó fija en Adriana, con la misma extrañeza, con el mismo estupor. Porque a medida que se sustraía a la influencia de la pesadilla, iba apoderándose de ella una sorpresa profunda ante la dolorida solicitud de su hermana. Le parecía otra.

Los jornales de las que trabajaban nunca subían; pero, en cambio, ¡qué alegría cuando alguna renunciaba al mundo! Las señoras que protegían a las Hijas de la Salve solían pagar el no muy cuantioso dote necesario y el humilde equipo preciso. ¡Santa caridad que sustraía doncellas a la circulación del pecado, evitando que llegaran a ser madres de impíos!