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que había llorado sobre el rosado papel lágrimas de agua de Colonia; que había, en fin, creído, al empuñar la pluma en sus manos lavadas con pâte agnel, tremolar una bandera con un palo de sombrilla por asta y un encaje de Bruselas por lienzo... ¡Oooh!... Cuando Pedro López posó su turbada planta en el palacio de los marqueses, cuando vio profanadas por groseros pies de sicarios de un poder bastardo y despótico aquellas mullidas alfombras que tantas veces habían hollado en rítmicos movimientos del baile las bellezas más valiosas de la corte, angustia mortal oprimió su corazón, nube de sangre cegó sus ojos, y una palmada de su propia mano vino a herir su frente sin que ¡pásmese el lector! notase Pedro López que sonaba a hueco... Sonóle a un ¡ay! fatídico, a voz triste, lejana, misteriosa, crepuscular, que murmuraba a lo lejos: ¡El primer paso!... ¡El primer paso dado hacia el noventa y tres... el primer paso dado hacia el Terror!... ¡Oooh!... Allí había visto Pedro López sumida en el más profundo desconsuelo, y vistiendo elegante saut du lit, con falda plissée, de fular de seda y encajes crema a la bella condesa de Albornoz, ideal como la Ofelia de Shakespeare a orillas del lago, digna como la María Stuard de Schiller en el castillo de Fotheringhay, sublime como la princesa Isabel, la hermana de Luis XVI, que llamó la posteridad el Ángel de la guillotina... ¡Aaaah! Allí había visto Pedro López y estrechado su mano al hidalgo caballero, al pundonoroso marqués de Villamelón, postrado en el lecho del dolor, cual león enfermo, derramando lágrimas de varonil despecho por no poder desenvainar, en defensa de su noble hogar allanado, la gloriosa espada de cien ilustres progenitores... ¡Oooh!... Y en torno de aquellas dos nobles figuras realzadas aquel día por el infortunio, elevadas por ruin despotismo de un gobierno sobre el gloriosísimo pedestal de la picota de sus iras, Pedro López había visto agruparse, más hermosas mientras más doloridas, y tan elegantes en su sencillo negligé; de mañana como en sus soberbias toilettes de otras ocasiones, a las bellísimas duquesas de A., B. y C.; a las lindísimas marquesas de D., E. y F.; a las encantadoras condesas de G., H. y L; a las preciosas vizcondesas de J., K. y L.; a las monísimas baronesas de M., N. y