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Mirando al Norte, columbraría nuestro mar, nuestro Cantábrico tremebundo; y al Mediodía, la inmensa planicie de Castilla la Vieja. ¡Hermosa cátedra para una lección de Historia Montañesa!... Aunque lejos, se distingue también la roca tajada que permite cerrar con una portilla el puerto de Aliba y el despeñadero en que vino a concluir la oleada mahometana rechazada en Covadonga; al Este, después de Reinosa y de la pantanosa llanura de la Vilga, una montaña bruscamente cortada como por la mano de un titán, dejando aislada una puntiaguda cumbre: aquél es el «Cuerno de Bezana», y a su mismo pie hay otras dos maravillas naturales: la cueva de Sotos-Cueva, cuyo fin nadie ha tocado, porque probablemente acaba en maravilla mayor: un lago subterráneo donde se sumen las aguas de todo aquel valle.

Cuando esta retaguardia llega á la portilla, se precipita la gente detrás de ella, desparramándose luego por el prado entre la cabaña, buscando cada uno las reses que le pertenecen para examinarlas á su placer. Una hora más tarde, y sobre el mismo terreno y al aire libre y de pie, el ayuntamiento se constituye en sesión, rodeado de todo el pueblo, que toma parte en ella.

Rosa señaló con mano trémula al pajar. Andrés escaló la pared prontamente, apoyándose en las estacas que para subir había clavadas: tiró de la portilla enrejada de madera que lo cerraba, y la abrió sin dificultad. Desde adentro extendió las manos a Rosa, que ya subía, y haciendo un gran esfuerzo consiguió suspenderla y colocarla junto a . El pajar estaba mediado de yerba.

¡Dolón, dolán, dolén, dolán, dolón! ... que ya se oyen los cencerros de la cabaña y hasta se ve el polvo que levanta. Ha llegado el día anhelado, y el pueblo sale á recibirla hasta la portilla de la llosa, ó de la pradera en que, por de pronto, ha de entrar para que se cumplan las formalidades que van ustedes á conocer. La gente viste de media gala, y se halla poseída de la más viva satisfacción.

Entren, pues; suban, pidan y tomen cuanto apetezcan de lo que haya. Con esto me empujó suavemente hacia la torre; cogió enseguida los dos jamelgos por los bridones, y los arrastró materialmente hacia la portilla por donde había salido del cercado, mientras llamaba con toda su voz al sirviente que debía encargarse de ellos.

En seguida les entra la reacción y corren y se atropellan, hasta que concluyen por formar enfrente de la portilla, en dos hileras, entre las cuales pasa el ganado, que, no por haber pacido durante cuatro meses la yerba de la libertad salvaje, ha perdido su natural mansedumbre.