United States or Vietnam ? Vote for the TOP Country of the Week !


Ya no se oyen las tarrañuelas, ni los panderos, ni un solo grito en el corro de bolos. Los taberneros recogen sus baterías, y embridan sus jamelgos los curas, los jándalos y los señores de aldea; y perdiéndose, por grados, desde el lugar de la feria, por la campiña adelante en todas direcciones, se oye el sonido de las campanillas del ganado que se aleja.

Sobre el terreno de las operaciones los regimientos se achicaban hasta convertirse en partidas; los miles de combatientes bajaban á ser centenares; y los caballos, que debían estar próximos á morir de un reventón, según las montañas de forraje que llevaban consumidas a juzgar por las cuentas pagadas por el Ministerio de la Guerra , eran escuálidos jamelgos que pastaban en los campos de los particulares, alimentándose á la ventura con lo que podían encontrar.

Pausados, desfilan, entre el crepitar eclosionante de la madrugada, los «nocheros» de plaza, cuyos jamelgos balancean la cabeza en oscilaciones que parecen exteriorizar ideas de infinitas y melancólicas nostalgias.

Entren, pues; suban, pidan y tomen cuanto apetezcan de lo que haya. Con esto me empujó suavemente hacia la torre; cogió enseguida los dos jamelgos por los bridones, y los arrastró materialmente hacia la portilla por donde había salido del cercado, mientras llamaba con toda su voz al sirviente que debía encargarse de ellos.

Montaron en sus jamelgos, y al echar a andar vieron que de una casa próxima al puente de Iraeta salía un coche arrastrado por cuatro caballos. El coche comenzó a subir el camino de Cestona al trote. Este trozo de camino, desde Iraeta a Cestona, pasa entre dos montes y tiene en el fondo el río. De noche, sobre todo, el tal paraje es triste y siniestro.

En un momento tumbó toos los jamelgos, enviando por el aire a los piqueros. Los peones corrían; la plaza era un herraero. El público pedía más cabayos, y Coronel, en los medios, esperaba que se acercase alguien, pa yevárselo por delante. No se verá na como aquéyo, de nobleza y de poer. Bastaba que lo citasen pa que acudiese, entrando con una nobleza y un arranque que gorvía loco al público.

Cerca de ellos, algunos viejos jamelgos alazanes, cuyos lomos cubrían sendas pieles de perro, comían su escasa pitanza, mientras que los carreteros unos infelices reclutados en Alsacia , envueltos en grandes capas agujereadas, dormían, a pesar del frío, con el sombrero sobre los ojos y los brazos cruzados, en los escalones de la iglesia.

Si este martirio de los pobres jamelgos pudiera evitarse, acaso no habría que decir mucho contra las corridas de toros. Y si adoptásemos el toreo portugués, nada habría que decir sino grandes alabanzas, por ser un ejercicio ecuestre en que el caballero y el caballo igualmente se lucen. «EL EXTRA

Lo malo es que para llegar a este trance de la muerte tenemos que presenciar antes el brutal, largo y rudo suplicio del noble animal destinado a morir; tenemos que ver acribillada su piel con pinchos y garfios, que se quedan colgando, si no se los arrancan con las túrdigas del pellejo; y tenemos que contemplar asimismo la inmunda crueldad con que son tratados los infelices jamelgos.

Mostréme, como pude y supe, agradecido a la fineza; llegamos al despacho; diome él los libros, con la honrosa «auténtica» de su dedicatoria autógrafa; previno el mozo las cabalgaduras en el corral; bajamos a él los que estábamos arriba; hubo abajo las despedidas, las congratulaciones, las protestas y los apretones de manos que fácilmente se imaginan; montarnos, al fin, Neluco y yo; volvimos a despedirnos desde las alturas de nuestros respectivos jamelgos; respondiónos el caballero con reverencias y con palabras que ya no oíamos bien; descubrímonos, por último, mientras revolvíamos los caballejos hacia la portalada, que estaba abierta de par en par; picamos recio; salimos, y a buen andar, me puse al costado de Neluco, que, como es de presumir, dirigía la caminata.