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, continuó Massareo , ¡por San José! ¡conozco tus astucias! te meneas menos que una boya para que me ponga a tu alcance... Entonces arrojarías, a mi pobre barco una andanada de azufre que nos haría arder lindamente... ¡o me jugarías alguna otra pasada diabólica! Pero Dios protege al viejo Massareo.

El caso es espinoso dijo Massareo con inquietud ; voy a hacer correr una bordada, mientras que yo, , Pérez y ese poltrón de Santiago, cuyo consejo es sin embargo muy provechoso, nos reunimos para deliberar acerca de lo que hay que hacer. Viraron en redondo dirigiéndose hacia el Este; se envió a buscar a Santiago, se reunieron los cuatro miembros de la asamblea, y comenzó la discusión.

Al escuchar aquella heroica narración, en que la intrepidez de Santiago se revelaba por primera vez, el capitán Massareo, que conocía perfectamente la cobardía de su segundo, no concebía un cambio tan rápido; pero, acordándose de la quijada de Sansón, de la burra de Balaam, y de tantos otros milagros, acabó por mirar a Santiago como un elegido a quien Dios había animado de pronto con un soplo divino, para darle la fuerza de combatir a un réprobo, a un hijo del ángel rebelde.

El réprobo se dejó ir aún un instante, hizo apagar todas las luces, y se puso al pairo a medio tiro de fusil del guardacostas, que continuaba disparando, y cuyos tripulantes, atentos, estaban agrupados sobre los empalletados. Se oían perfectamente las voces de Santiago y del valiente Massareo.

¡Te callarás! pueden haber hablado, y tu necia lengua que va tan de prisa como el gato de un cabrestante, me ha impedido oír nada dijo el capitán con una volubilidad colérica, repitiendo por tercera vez : ¡Ah de la tartana!... responded o hago fuego. Esta vez se distinguió un gemido prolongado que no tenía nada de humano, y que hizo estremecer al capitán Massareo.

Amén respondió la tripulación, que se arrodilló, y todos entonaron una especie de Te Deum de un efecto muy agradable. El aire era pesado, la noche sombría, y a dos pasos no se distinguía un bulto. Al fin del primer versículo se hizo el silencio, un profundo silencio. Massareo, solo, dijo: Dios de bondad, que velas por tus hijos y los defiendes contra Satanás... No pudo decir nada más.

No, Santiago repuso el bravo Massareo , eso sería una injusticia; esa misión le pertenece de derecho, y usted la tendrá, Santiago, usted la tendrá. Sería llevar la delicadeza demasiado lejos. Usted ha sembrado, justo es que recoja dijo otro.

Entonces el bravo Massareo volvió hacia el barco mudo el enorme orificio del instrumento y gritó: ¡Ah de la tartana!... ¡ah! Después bajó la bocina, se llevó la mano a la oreja para no perder ni una palabra, y escuchó atentamente. Nada... Profundo silencio... ¿Eh? dijo al primer contramaestre que estaba cerca de él.

En cuanto a los pies, los tenía torcidos como las patas de mi carnero Pelieko. Massareo bendecía a Dios, persignándose de que, por su voluntad, se hubiera podido librar a la costa de un tal réprobo.

Pero, escuche dijo al ver que la tartana ya se hundía ; he querido reservarle una sorpresa; tengo la certeza de que ha muerto, porque yo mismo lo he derribado al suelo y lo he agarrotado. ¡! dijo Massareo con aire de incredulidad. ¡Yo! contestó Santiago con un impudor inconcebible.