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Actualizado: 4 de junio de 2025


La noche era sombría y fresca, y el condenado, encontrándose en la misma dirección que la escampavía de Massareo, que tiraba del lado opuesto, había podido aproximarse sin ser visto, ya que el fogonazo de las andanadas no iluminaba más que el casco del navío sobre el cual tiraban.

¡Santa Virgen, tened piedad de nosotros! dijo el bueno de Massareo interesado hasta el último punto ; pero, ¿por qué ha tardado usted tanto en dar esos detalles?

En cuanto a Massareo y su tripulación, esperaron el día en la misma posición, es decir, con la nariz pegada al suelo, y únicamente cuando el sol estuvo bien alto se atrevieron a levantar la cabeza; pero como no habían maniobrado durante aquella noche terrible, se encontraron varados sobre la costa de Conil, enfrente del faro de señales.

Massareo se moría de deseos de preguntar por qué no habían traído prisioneros que hubieran podido dar fe del feliz éxito de la expedición; pero comprendiendo que tendría que encargarse él de esta segunda misión, y como ello no era muy de su gusto, accedió a todo lo que quiso el valiente y bienaventurado Santiago, y comenzó a cañonear vigorosamente la pretendida tartana del gitano, que no podía resistir largo tiempo un fuego tan nutrido.

No había nada en el mundo más imponente que aquel espectáculo, que semejaba una aparición satánica; porque el profundo silencio de la tripulación del réprobo, su inmovilidad, el buque negro que, a los ojos de los españoles, que ignoraban que el gitano tuviese dos tartanas, parecía surgir del fondo del abismo en medio de oleadas de luz y de llamas, en el momento mismo en que la creían destruida para siempre; el rostro tranquilo y frío del condenado, cuya mirada tenía algo de sobrehumano, todo esto debía aterrorizar al desgraciado Massareo y a sus acólitos que no vieron en esta aventura pirotécnica más que el triunfo de Satanás.

¿Y bien, Alvarez? preguntó Massareo que no comprendía la obstinación del barco cañoneado. Señor, todas las balas le han caído encima y el maldito no se menea. Y sin embargo, hay gente a bordo, lo juraría por mi rosario.

Blasillo no se equivocaba, porque apenas había terminado de hablar, cuando un cañonazo lejano se oyó, después otro y después otro. Finalmente, advirtieron un vivo cañoneo. Eran los valientes de Massareo que destruían la otra tartana. ¡Por los santos del paraíso! exclamó el ardiente joven , ya habla el cañón.

Blasillo dejó caer el gatillo de su larga carabina, y el capitán Massareo, por el brusco movimiento que le hizo hacer su herida, se encontró casi sentado en el puente, fijando en el gitano unos ojos mortecinos que miraban sin ver. Creo que la bala de Blasillo le había roto una pierna.

Se sabe que después de la heroica expedición de Santiago contra la tartana que sólo tenía un inocente buey por todo defensor, se sabe que, vuelto a bordo, el digno teniente de la Urna de San José, había decidido al capitán Massareo a destruir la embarcación, esperando así borrar las trazas de su mentira. Su voz agria y chillona lo dominaba todo a bordo de la escampavía.

¡Vamos, valor, hijos míos! decía , Dios es justo y por su asistencia y la mía nos vemos libres de ese infernal gitano. ¡Cómo! preguntó el honrado Massareo , ¿está usted bien seguro, Santiago, de que el condenado está entre el número de los muertos? ¿Dónde quiere usted que esté, capitán? Con semejante tiempo no era posible salvarse a nado.

Palabra del Dia

rigoleto

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