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Al ver a su marido, sin volver la cabeza le preguntó: Hola: creí que habías salido ya. ¿Qué traes de nuevo? Gonzalo sacó del bolsillo el periódico, lo desdobló lentamente, y se lo presentó diciendo: Esto. ¿Y qué es esto? preguntó la joven con sorpresa. Un periódico. Ya lo veo... ¿Y qué? Trae una gacetilla muy interesante. Léela. Aquí, en la tercera plana, debajo de estos versos.

Don Braulio venía muy fatigado, y a las pocas palabras que habló con las mujeres pensaron todos en retirarse a dormir. La primera que salió de la sala fué doña Beatriz. Don Braulio quedó un momento solo con Inesita. Acercóse entonces a ella y le dijo en voz baja: Inés, tengo que cumplir con una comisión que para ti me han dado. Toma esta carta, guárdala y léela con detención y reposo.

¿Cómo es eso? preguntó la abuela incrédula. Le conté lo que había pasado con Francisca a propósito de San Pablo y el presentimiento que yo tuve de lo que podría hacer la vieja cocinera. ¿Y qué ha dicho el señor cura? pregunté. Estaba tan divertido por esta petición poco común, que no pensaba en decir su opinión. Mira la carta que me ha dado para Celestina. Léela; no está cerrada.

Por si acaso; léela aquí, por si tienes que contestar en seguida o dejar algún recado; ¿no comprendes? De Pas hizo un gesto de indiferencia y leyó la carta. Leyó en alta voz. Otra cosa hubiera sido despertar sospechas. No estaba su madre acostumbrada a que hubiera secretos para ella. «Además, ¿qué podía decir la Regenta? Nada de particular».

Haz lo que te mandan esas señoras. ¿Qué dicen en esa carta? Toma, léela dijo, alargándola al través de la reja. A la escasa luz del locutorio pude leer la carta, que decía, entre otras cosas relativas al ramo y al chocolate, lo siguiente: «Esperamos que cesará tu obstinación en profesar.

Arrojé al suelo la carta con desprecio, lo que hizo reír a Flavia, que me presentó la segunda misiva. Ignoro quién me la envía dijo. Léela. Un momento me bastó para saber quién había trazado aquellas líneas.

No para qué están ahí los asilos de beneficencia dijo agriamente Sofía . Lee la estadística, Teodoro, léela, y verás el número de desdichados.... Lee la estadística.... Yo no leo la estadística, querida hermana, ni me hace falta para nada tu estadística. Buenos son los asilos; pero no, no bastan para resolver el gran problema que ofrece la orfandad.