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Sonríen ellas, se hacen las melindrosas; insisten ellos y á pesar de su fuerza indomable se muestran ruborosos y humildes como niños. Jacinto se acerca á Flora. Su rostro aún está contraído, sus manos tiemblan, todo su cuerpo manifiesta extraña agitación. ¿Qué mosca te ha picado, Jacinto? le pregunta la linda morenita mirándole con una risa maliciosa.

Pero, señor mío... ¡Ah!... ¡señor de usted... ya decía yo! ¿Ve usted como a la escolástica no me confunde? Todo eso y mucho más dijo el Gran Constantino queremos tratarlo con el interesado. Pues no será.... Pues será.... Señora, salvo el sexo, estoy dispuesto a arrojarles a ustedes por las escaleras si insisten en su procaz atentado....

No tarda mi segundo caballo en caer. Mis barones gruñen. En todos estos contratiempos ven funestos presagios. Las cejas fruncidas, aunque intrépidos, se muestran recelosos y no quieren avanzar más. Insisten en que nos detengamos; pero yo grito: «¡Adelante! ¡Mi amada prometida, mi hermosa, me espera! ¡Adelante!» Y heme aquí contigo. Toco tus manos y tus hombros y respiro tu puro aliento.

Y en el cerebro fluctuaban, como restos de un vapor fugitivo, las vagas notas de un canto acompañado de sílabas. ¿Por qué esas músicas pegajosas, que toman posesión del oído y de los labios, insisten en su fastidioso dominio cuando el alma azarada, después de una catástrofe, se desmaya en duelo y tristeza? No se sabe.

Bien lo comprenderá cuando le pasen las tristezas, que ojalá sea pronto. Ahora no tiene la cabeza despejada. Y no vacilo en decirlo agregó alzando la voz, como si se incomodara . Le ha caído a usted la lotería, y no así un premio cualquiera, sino el gordo de Navidad». Quiero ser honrada repitió Fortunata sin mirarle, como los niños mimosos que insisten en decir la cosa fea por que les reprenden.

»Luis me pregunta si lo amo: yo no cómo probárselo. »Me parece que ambos dudan, el uno de mi felicidad, el otro de mi amor. Ellos no insisten en pedirme seguridades, pero en sus miradas, leo una secreta ansiedad, como si creyeran que les oculto algo. ¡Todo eso porque mi marido tiene cuarenta y cuatro años! ¡Si tuviera treinta y cuatro, no dudarían!... »¡Qué placer! ¡qué placer!

»Además, las municiones son tan antiguas como las armas, y los explosivos que duermen hace tantos años en el ataúd metálico de las cápsulas se inflaman de una manera caprichosa ó insisten en seguir silenciosos para siempre. De cada cien tiros sale uno. Las mujeres, por su parte, al ver la impotencia de los rayos negros, apelan á las armas de los hombres, aunque las manejan peor que éstos.