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En este caso, pues, entrevieron Mugeres por huir los tristes hados; Mas no pudo quajarse este concierto, Que fué por las mugeres descubierto. Huirse todos, se, lo deseaban, Que el temor de morir les incitaba, Y algunos que allí lo procuraban, Aunque el posible á todos les faltaba: Sobre esto muchas juntas se efectuaban, Y á algunos el juntar vida costaba.

Cuando mis infaustos hados y de Alabás la fiereza Me forzaron á dejar del alma las dulces prendas: A de mi patria amada ningun recuerdo te queda; Pero yo triste no puedo dejar de llorar por ella.

Quisieron mis hados, o por mejor decir mis pecados, que una noche que estaba durmiendo, la llave se me puso en la boca, que abierta debía tener, de tal manera y postura, que el aire y resoplo que yo durmiendo echaba salía por lo hueco de la llave, que de cañuto era, y silbaba, según mi desastre quiso, muy recio, de tal manera que el sobresaltado de mi amo lo oyó y creyó sin duda ser el silbo de la culebra; y cierto lo debía parecer.

Que de tal modo la fatal estrella, Influye destos tristes, que no puedo Dar felice despacho á tu querella. Del querer de los hados solo un dedo, No me puedo apartar, ya tu lo sabes, Ellos han de acabar, y ha de ser cedo. Primero acabarás que los acabes, Le respondió madama, la que tiene De tantas voluntades puerta y llaves.

puesto sobre un caballo de madera, pareció encima de la sepultura de la reina el gigante Malambruno, primo cormano de Maguncia, que junto con ser cruel era encantador, el cual con sus artes, en venganza de la muerte de su cormana, y por castigo del atrevimiento de don Clavijo, y por despecho de la demasía de Antonomasia, los dejó encantados sobre la mesma sepultura: a ella, convertida en una jimia de bronce, y a él, en un espantoso cocodrilo de un metal no conocido, y entre los dos está un padrón, asimismo de metal, y en él escritas en lengua siríaca unas letras que, habiéndose declarado en la candayesca, y ahora en la castellana, encierran esta sentencia: "No cobrarán su primera forma estos dos atrevidos amantes hasta que el valeroso manchego venga conmigo a las manos en singular batalla, que para solo su gran valor guardan los hados esta nunca vista aventura". Hecho esto, sacó de la vaina un ancho y desmesurado alfanje, y, asiéndome a por los cabellos, hizo finta de querer segarme la gola y cortarme cercen la cabeza.

Y la voluntad de los hados era, indefectiblemente, que los gallos de Apolonio quedasen muertos o malferidos.

Quisieron mis hados, o por mejor decir, mis pecados, que una noche que estaba durmiendo, la llave se me puso en la boca, que abierta debía tener, de manera y tal postura, que el aire y resoplo que yo durmiendo echaba salía por lo hueco de la llave, que de cañuto era, y silbaba, según mi desastre quiso, muy recio, de tal manera que el sobresaltado de mi amo lo oyó y creyó, sin duda, ser el silbo de la culebra, y cierto lo debía parescer.

Pareceme, varones esforzados, Que en nuestros daños con rigor influyen Los tristes signos y contrarios hados, Pues nuestra fuerza y maña desminuyen: Tienennos los Romanos encerrados, Y con cobardes mañas nos destruyen, Ni con matar muriendo no hay vengarnos, Ni podemos sin alas escaparnos.

II de Guárdate del agua mansa: «D. TORIBIO. Pues de mi cuidado ¿en qué estriban los desvelos? EUGENIA. Preguntádselo a los cielos, a los astros y a los hados, que no inclinan mi albedrío. D. TORIBIO. Pues en algo está el busilis. EUGENIA. En que vos no tenéis filis para ser esposo mío

Embárcanse en canoas los soldados, Y al tiempo del pasar andaba brava La mar, que allí desagua los hados, Y el crudo vendabal que resoplaba, Se juntan, y al pasar son anegados Delante Juan Ortiz, que los miraba, Seis hombres; y mas que estos, se ahogáran, Si los indios socorro no prestáran.