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En cuanto a la nación, en cuanto a la moralidad, en cuanto a lo ocurrido adentro..., ¡como si habláramos de la China! Ya nadie se acordaba de esas pequeñeces.

Oyeme: ¡no te apenes si ves que lloro, y déjame, déjame que te cuente todas las tristezas de mi vida! Quise ahorrarle aquella pena, y le pedí que habláramos de otra cosa; le rogué que no me atormentara, con aquella narración dolorosa. ¡A qué saber la historia de Angelina! ¿No me bastaba saber que vivía para ? ¡No! ¡Me oirás! ¡Me oirás, Rorró!

El Magistral deja de mirar a las estrellas, acerca un poco su mecedora a la Regenta y prosigue: Anita, aunque en el confesonario yo me atrevo a hablar a usted como un médico del alma, no sólo como sacerdote que ata y desata, por razones muy serias, que ya conoce usted; a pesar de que allí he llegado a conocer bastante aproximadamente a la realidad, lo que pasa por usted... sin embargo, creo... le temblaba la voz; temía arriesgar demasiado creo... que la eficacia de nuestras conferencias sería mayor, si algunas veces habláramos de nuestras cosas fuera de la Iglesia.

Advirtiólo Angelina, y me hizo seña para que habláramos en voz baja, y quedito, muy quedito, mientras oprimía con la punta de los dedos los empapados paquetillos y los apartaba en el borde del plato, me dijo: Esta mañana estuve en la Conferencia.... Tuvimos una discusión muy acalorada. ¿Por qué? ¡Cosas de las gentes! No piensan con juicio ni entienden las cosas a derechas. ¿Quiénes?

¡Ah! ¡es verdad! nos habíamos olvidado de doña Catalina; hablado habemos de memoria; nos perdemos y acabaremos por no decir dos palabras de provecho, desde ahora hasta la fin del mundo, si hasta la fin del mundo habláramos. ¡Vuestra hija! ¡pobre mujer! ¿y sabéis que yo no escribiría por nada del mundo contra vuestra hija? ¿Tan bien la queréis? Se me abren las entrañas por todos los poros.

Lo mismo pasaría si habláramos de modas. ¡No, ché, Ricardo, por favor! No hablemos de modas por más que sea el tema predilecto de los hombres de... la actualidad. Eso es cierto dijo Lorenzo, más de una vez lo he comprobado. Yo lo he comprobado cuantas veces he visto reunidos media docena de caballeros y de damas. No diré tanto; pero es frecuente...

Al sentir sus pasos me era difícil disimular la alegría; si tardaba me ponía triste; si hablaba con vosotras, y no conmigo, me moría de rabia... Le decían siempre que yo era muy piadosa; ya recordarás que él me alababa mucho por esto. Mamá nos permitía a las tres que habláramos con él.

Además, tenía deseos de que habláramos algo. Ya ve usted, después de lo sucedido, ¿qué cosa más natural? Y ese poco que habláramos, no había de ser a gritos delante de la gente, ¿verdad, Leto?... Pues cuénteme usted ahora todo lo que le ha pasado desde que nos despedimos en el yacht.