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Era demasiado pronto. El toro no estaba bien colocado: iba a arrancarse y a cogerlo. Movíase fuera de todas las reglas del arte. Pero ¿qué le importaban las reglas ni la vida a aquel desesperado?... De pronto se echó con la espada por delante, al mismo tiempo que la fiera caía sobre él. Fue un encontronazo brutal, salvaje.

Fue a cuadrarse para entrar a matar, y la fiera le acometió en el mismo instante. Quiso huir, pero sus piernas ya no tenían la agilidad de otros tiempos. Fue alcanzado y rodó a impulsos del encontronazo.

Si efectivamente Mauricia... No es que yo lo afirme; pero tampoco me atrevo a negarlo. Aquel llorar continuo, ¿qué puede ser sino arrepentimiento? A saber los medios que el Señor escoge... Y se retiró a su celda. Casi casi se dieron un encontronazo Sor Facunda alejándose y Sor Marcela que al corrillo se acercaba, dando balances y golpeando el suelo duramente con su pie de madera.

Iba a derribar al toro de una estocada maestra. Todos adivinaban la resolución del espada. Se lanzó Gallardo sobre el toro, y todo el público respiró a un tiempo ruidosamente, luego de la emocionante espera. Del encontronazo entre el hombre y el animal salió éste corriendo con mugidora furia, mientras el graderío prorrumpía en silbidos y protestas. Lo de siempre.

Y se volvió a acostar. Maximiliano, al revolverse, le dio un encontronazo con un omoplato. «¡Ay!, me ha hecho ver las estrellas» dijo para Fortunata, recogiéndose más en su lado. «¿Duermes, viditamurmuró el otro despertándose, y rechupando luego como si tuviera una pastilla en la boca. Pero sin oír la respuesta, se volvió a dormir. vii

Los dos se abalanzaron sobre un hombre que marchaba encorvado por entre las cepas, fuera del camino que en recta pendiente conducía de la carretera a la torre. El encontronazo fue terrible: el hombre vaciló, tirando de su manta en la que había hecho presa uno de los mastines.

Sin tiempo para retroceder, y adivinando que no cabrían los dos en el angosto pasadizo, Gasparón encogiendo el cuerpo se hizo a un lado: llegó el muchacho como un rayo, se desvió mal, sufrió el encontronazo y cayó de bruces, quedando casi fuera del tablón estrecho que formaba el piso suspendido sobre el vacío del patio, y sin lugar a donde asirse.

El toro, en el mismo instante en que él se disponía a entrar a matar, había arrancado inesperadamente contra él, atraído por la «querencia» del caballo que estaba a sus espaldas. Fue un encontronazo brutal, que hizo rodar y desaparecer entre sus patas aquel cuerpo forrado de seda y oro.