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Ella mostró un desaliento algo cómico; ¿qué hacer?... Una señora deseosa de trabajo no encontraba ocupación en este mundo dirigido y acaparado por los hombres. Sólo le quedaba como recurso el juego. Era un placer emocionante que lo hacía olvidar sus preocupaciones, y al mismo tiempo una esperanza.

La noticia de su fortuna circulaba por todo el edificio. A aquellas horas los señores de la administración debían estar hablando en su despacho del piso alto de esta mala jugarreta que se permitía con ellos el azar. Algo extraordinario y emocionante, igual al soplo de una revolución, se extendía hasta los últimos rincones.

Es secreto agregó que a ti mismo se te asconde. Nombrole a Beatriz y díjole los pormenores de su desengaño y los sentimientos indiscernibles que se movían en su corazón. El doloroso recuerdo, que él creía inhumado para siempre, aparecía ahora evocado por aquella mujer, extendido, sacudido ante sus ojos, cual emocionante ropaje de otros tiempos.

Con una voz balbuciente fué diciendo lo que se le ocurría, sin orden alguno, sin que una sola de sus palabras le recordase las frases que había cincelado horas antes. «Aún era tiempo... un poco de buena voluntad; los dos eran hombres de valor que habían hecho sus pruebas... No es deshonrosa una explicación en el último minutoSus palabras se perdieron en un silencio emocionante.

Cuando Kotelnikov besó por primera vez la mano a miss Korrayt, la emocionante escena tuvo por testigos a todos los artistas y a no pocos espectadores. Un viejo comerciante, incluso lloró de entusiasmo en un acceso de sentimientos patrióticos. Después se bebió champaña.

Todos presentían una gran partida emocionante. El banquero se había olvidado de la duquesa y de su propia humildad.

Creyó que caía con milagrosa regresión en el mundo anterior á la guerra; que todas las cosas que afligían á la humanidad quedaban al otro lado de la puerta, como queda una acción dramática, falsa pero emocionante, sobre el escenario de un teatro que abandonamos.

Sin querer, miro a los pies de la niña, unos pies lindos y pequeños de princesa china, envueltos en unas botas muy rotitas, muy rotitas... Esta dolora no la siente ni la rima el poeta malo. Pienso en los cinco leones que quedan en casa, y este emocionante poema del mal poeta casi me hace llorar.

Así ha glosado un poeta de ahora el idilio adolescente del rey galán, del rey chispero, del rey madrileño, el de las patillas manolas a lo Pepe-Hillo, que supo de las locas farsas del Momo, en el castizo Capellanes, y dejó cien leyendas de su breve reinado y se murió muy joven, como una mustia lis heráldica, abrasado en una fiebre loca de vivir una vida magnífica y emocionante.

Iba a derribar al toro de una estocada maestra. Todos adivinaban la resolución del espada. Se lanzó Gallardo sobre el toro, y todo el público respiró a un tiempo ruidosamente, luego de la emocionante espera. Del encontronazo entre el hombre y el animal salió éste corriendo con mugidora furia, mientras el graderío prorrumpía en silbidos y protestas. Lo de siempre.