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Este abrigadísimo puerto, propio para toda clase de buques, se encuentra inmediatamente al S. de la punta Balangonan. Se halla abierto al NO. y profundiza cerca de una milla en la dirección opuesta, formando en el interior dos pequeñas dársenas, con 23 á 20 metros de fondo fangoso y 16 metros casi tocando á la costa, en las que puede resguardarse cualquier buque del mayor vaguio.

La descarga amontonaba en las principales dársenas los mismos artículos: trigo, mucho trigo, y azufre y salitre para la composición de materias explosivas.

Luego, el nuevo político se va a Madrid y comienza a pedir. Pide muelles, dársenas, puentes, carreteras, grupos escolares, ¡lo que haya! Un día, paseándome por los pasillos del Congreso con un prócer de la política, vimos aparecer a lo lejos la figura de un diputado paisano mío. Vamos a darle esquinazo me dijo el prócer ; porque, en cuanto me descuide, ese hombre me saca un puerto...

Aguardaban su turno para entrar en las dársenas de Buenos Aires, repletas por el tráfico mundial, y esta espera en medio del río, a algunas millas del puerto, prolongábase en ciertas épocas del año semanas y semanas. Los pasajeros del Goethe se despedían previsoramente antes de avistar Buenos Aires.

Iban á trabajar en el interior de los buques, cargando ó descargando el material que debía servir para el exterminio de sus compatriotas y sus amigos. En las dársenas, los vapores se mostraban extraordinariamente agrandados. A su llegada sólo alzaban sobre el muelle unos cuantos metros de borda; pero ahora que su cargamento estaba apilado en tierra, parecían altísimas fortalezas.

Maltrana, acostumbrado a ver anclar los buques en mitad de los puertos o amarrarse a un muelle en el espacio anchuroso de una bahía, extrañábase ante los poderosos trasatlánticos alineados como bestias en unas dársenas cuadradas semejantes a corrales acuáticos, y pasando de una a otra, sumisos al tirón de los remolcadores.

No le daba miedo con toda su grandeza. Y mientras los dos amigos reían de este exabrupto, la muchacha huyó, llamada una vez más por doña Zobeida. Los remolcadores tiraban del Goethe, que había quedado con las hélices inmóviles, confiándose a su dirección. Estaban ya en la embocadura de una de sus múltiples dársenas, gigantescos rectángulos de agua encuadrados de muelles y docks.

Finalmente, al ser abierto el istmo de Suez, se desdoblaba la ciudad de un modo prodigioso, pasando á ser un puerto mundial, poniéndose en contacto con la tierra entera, multiplicando sus dársenas, gigantescos apriscos adonde venían á aglomerarse como rebaños los buques de todos los pabellones.

Al ver ahora todas estas carreteras, todas estas escuelas, todos estos muelles y todas estas dársenas, yo tengo la sensación de que alguien está de días y que los amigos y parientes le han llenado la casa de objetos inútiles y aparatosos. ¡Veinte escribanías, una docena de bastones, otra docena de paraguas, quince pitilleras, doscientos cubiertos de plata Meneses!... ¡Con la falta que, a lo mejor, le hace al festejado un gabán de invierno o una mesa de despacho!...