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Sólo el Príncipe tártaro, que era diabólicamente sagaz, recelaba, aunque de una manera muy vaga, que la Princesa había recibido alguna noticia del pájaro verde. Tenía, además, el Príncipe tártaro el misterioso presentimiento de una gran desgracia, y había adivinado por el arte mágica, que su padre le enseñara, que en el pájaro verde debía mirar un enemigo.

Comprendía únicamente que eso debía ser Algo Terrible, macabramente terrible, diabólicamente terrible. Sería como una inconmesurable esfera de barro que debía aplastarnos; sería como si todos, hombres y espíritus, me burlasen y despreciaran; sería, en fin como una cosa que no cupiese en el mundo ni pudiera decirse en lenguaje humano...

¡Si no es para hacerte daño, mujer! profirió él deteniéndose. Sólo quiero decirte dos palabras al oído... dos palabras solamente. Pues yo no quiero oirlas... ¡No te acerques! Plutón avanzó algunos pasos y ella retrocedió otros tantos blandiendo en su mano derecha la hoz. En cuanto te las diga me marcho manifestó él sonriendo diabólicamente. ¡No te acerques! exclamó de nuevo retrocediendo.

Porque la falta de religión hace que se hunda la moralidad, como edificio cuyos cimientos se socavan, mientras que el excesivo regalo y el esmerado atildamiento del cuerpo apartan a las almas de toda seria meditación diabólicamente hacia lo temporal y caduco, y abrasándolas en el infernal apetito de poseerlo y de gozarlo.

Sus ojos eran tan expresivos, que parecían habladores; su boca tenía sonrisas entre mimosas y burlonas; y en conjunto, por su talle y rostro recordaba los tipos de aquellas muchachas diabólicamente hermosas que algunos pintores han trazado en torno de los santos combatidos de voluptuosas tentaciones.

Fue fácil inferir, entonces, que el ladrón fumaba, en esa circunstancia, uno de esos cigarrillos gruesos de picadura de tabaco tarijeño, con más palos que hoja, y que por esto solían despedir chispas como una chimenea. Fue esa la vez en que nosotros experimentamos en mayor escala lo que se llama tan estúpida y diabólicamente "el santo terror del infierno".

Hubo crujir de sedas manoseadas, rumor de varillajes de abanicos, chasquidos de besos, sonoridades de monedas de oro caídas sobre mármol, y luego grandes carcajadas, como si alguien diabólicamente se mofara de la hermosura, el lujo y el amor.

Más querrán ellos estarse en sus casas que no salir á ver todas las iniquidades que cometen los hombres. Puedo asegurar á usted dijo el abate con sonrisa diabólicamente irónica que no se han quejado, ni se quejarán por el paseo. Lo mejor de la procesión es la comitiva que tenemos organizada. Irán catorce vírgenes vestidas de blanco, con coronas de rosas, velos, escapularios, y cirios en las manos.