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De pronto movíase la gente en una sección del tendido: poníanse los espectadores en pie, volviendo la espalda al redondel; arremolinábanse sobre las cabezas brazos y bastones. El resto de la muchedumbre dejaba de mirar a la arena, fijándose en el sitio de la agitación y en los grandes números pintados en la valla de la contrabarrera que marcaban las diferentes secciones del graderío.

En una contrabarrera pavoneábase orgulloso el marido de Encarnación, la hermana del diestro, un talabartero con tienda abierta, hombre sesudo, enemigo de la vagancia, que se había casado con la cigarrera prendado de sus gracias, pero con la expresa condición de no tratar al «maleta» de su hermano.

Vio en primera fila, bajo la maroma de la contrabarrera, un chaquetón plegado en el filo de la valla, cruzados sobre él unos brazos en mangas de camisa y apoyada en las manos una cara ancha, afeitada recientemente, con un sombrero metido hasta las orejas. Parecía un rústico bonachón venido de su pueblo para presenciar la corrida. Gallardo le reconoció. Era Plumitas.

¿Me hacen ustedes el favor de una papeleta? pregunta en actitud humilde el sabio, que ha llegado hasta allí tragando polvo. El portero encargado de facilitarlas vuelve la cabeza y le dirige una mirada fría y hostil: después sigue tranquilamente la conversación empeñada. ¿Cuánto te ha costado a la contrabarrera?

El doctor Ruiz gritó y manoteó desde la contrabarrera: ¡Deja eso, niño! sólo sabes la verdad... ¡Matar! Pero Gallardo despreciaba al público y era sordo a sus protestas cuando sentía el impulso de la audacia. En medio del griterío se fue rectamente al toro, y sin que éste se moviese, ¡zas! le clavó las banderillas.

El público le excitaba a ello. Entre los hombres puestos de pie en la contrabarrera, con el cuerpo echado adelante para no perder un detalle del momento decisivo, reconoció a muchos aficionados populares que comenzaban a apartarse de él y volvían ahora a aplaudirle, conmovidos por su muestra de consideración al «pueblo». ¡Aprovéchate, güen mozo!... ¡Vamo a ve la verdá!... ¡Tírate de veras!

¡Ah! ¿hoy hay toros? ¿Mata el Cigarrero? ¡Ya lo creo!: después de quince años que no pisa la plaza de Madrid. A eso venía, a ver si quieres ir conmigo. Hombre dijo indeciso, no soy muy aficionado a los toros; pero el Cigarrero me ha sido simpático... ¿Me traes localidad? Te traigo la contrabarrera de un amigo que está enfermo.