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8 Mas entre aquellos fueron hallados diez hombres que dijeron a Ismael: No nos mates; porque tenemos en el campo tesoros de trigos, y cebadas, y aceite, y miel. Y los dejó, y no los mató entre sus hermanos.

Las áridas cercanías de Madrid embellecíanse con la llegada de la primavera. Cubríanse los cerros de verde al crecer la cabellera de las cebadas y los trigos. En las cañadas, los grupos de almendros adornábanse con flores: unas blancas como el nácar; otras sonrosadas, con el color de la carne femenil. Las lilas pendían como racimos de violetas de las altas ramas.

22 Y Noemí respondió a Rut su nuera: Mejor es, hija mía, que salgas con sus criadas; que no que te encuentren en otro campo. 1 Y le dijo su suegra Noemí: Hija mía, ¿no te tengo de buscar descanso, que te sea bueno? 2 ¿No es Booz nuestro pariente, con cuyas criadas has estado? He aquí que él avienta esta noche la parva de las cebadas.

27 Y le nacieron a Absalón tres hijos, y una hija que se llamó Tamar, la cual era hermosa de ver. 28 Y estuvo Absalón por espacio de dos años en Jerusalén, y no vio el rostro del rey. 30 Entonces dijo a sus siervos: Bien sabéis las tierras de Joab junto a mi lugar, donde tiene sus cebadas; id, y prenderles fuego; y los siervos de Absalón prendieron fuego a las tierras.

Sin embargo, nunca pudo «romper a hablar» a su gusto, aunque había quedado bastante satisfecho de sus tentativas: dos preguntas breves al ministro de la Gobernación, sobre otros tantos expedientes detenidos en aquel centro, y una presentación a las Cortes de una exposición de varios ganaderos de su distrito, que solicitaban no qué franquicias o privilegios para los exportadores de reses cebadas.

La caridad, sosteniendo al menesteroso un instante para que tomase fuerzas, era tan virtuosa como la campesina que alimenta a las aves de su corral y las mantiene bien cebadas, hasta el momento de devorarlas. Nada había hecho esta virtud pálida para libertar a los hombres.

Eran indudablemente de la misma edad: debía estar al final de la veintena; ¡pero tan esplendorosa, tan distinta a las otras mujeres!... Parecía un ave exótica, un pájaro del Paraíso caído en un corral, entre lustrosas y bien cebadas gallinas. Don José el apoderado conocía su historia... ¡Una cabeza desbaratada la tal doña Sol!

Era de ver cómo, en creyendo que tenía dinero, me decían que todo me estaba bien, celebraban mis palabras, no había tal donaire como el mío. Yo que las vi tan cebadas declaré mi voluntad a la muchacha y ella me oyó contentísima, diciéndome mil lisonjas.