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Acercose a otra piedra, y añadió: ¡Y los tuyos, Merweg, los tuyos! El cortejo de lobos le siguió; el loco, subiéndose a una piedra y contemplando el abismo silencioso, exclamó: ¡Nuestro canto de guerra ha muerto! ¡Nuestro canto de guerra es una lamentación! ¡La hora de que resucite se acerca! Y vosotros seréis los guerreros: volverán a ser vuestras estas cañadas y estas montañas. ¡Oh!

Sin poner en cuenta los temporales, los huracanes, las polvaderas por un lado, la falta de agua, de abrigo y de recursos por otro, son imponderables las dificultades que presenta el vado de los infinitos arroyos y cañadas que inundan todo el camino; sobre todo el de los rios de Santiago, del rio Pasage, del Tercero de Córdoba en el verano, de los arroyos de Buenos Aires en el invierno.

Las áridas cercanías de Madrid embellecíanse con la llegada de la primavera. Cubríanse los cerros de verde al crecer la cabellera de las cebadas y los trigos. En las cañadas, los grupos de almendros adornábanse con flores: unas blancas como el nácar; otras sonrosadas, con el color de la carne femenil. Las lilas pendían como racimos de violetas de las altas ramas.

La primera hace su apoyo en la costa del mar, extendiéndose hácia la segunda, y alternativamente se sobreponen en elevacion, hasta la de la Ventana, con intermedios de valles, lagunas y cañadas: y la de Guaminí, mas baja, se prolonga al SO, hasta que sus faldas entran en la superficie comun en los 37° de latitud, en el paralelo de la Laguna de los Patos, segun observé, reconocí y en 15 de Noviembre de 1811, de órden del Superior Gobierno.

Sólidamente arraigados en la roca, bien plantados, acorazados con rugosidades y nudos como con una armadura, desafían á las borrascas y sacuden de cuando en cuando sus penachos de bohojasHe visto á uno de sus héroes que se había apoderado de una punta aislada y dominaba desde allí inmensa extensión de cañadas y barrancos.

A lo lejos, su enemigo Prometeo lamentábase, aherrojado en una peña del Cáucaso. Tales eran las venturas de los dioses. ¿Hubo algún heleno, pastor, sacerdote ó rey que se atreviera á trepar por las pendientes de Olimpo que dominan los altos pastos de las cañadas y las lomas? ¿Atrevióse alguien á poner el pie sobre la cumbre para encontrarse de pronto en presencia de los dioses terribles?

Con dos guías tan complacientes y tan expertos como los míos, pronto conocí las principales sendas, cañadas y desfiladeros, la fauna y la flora de los montes más cercanos del contorno; perdí el miedo que me infundían los «asomos» u orillas descubiertas de los precipicios, siendo de advertir que allí no hay camino chico ni grande que no sea un asomo continuado, y adquirí la soltura y la fortaleza de que mis piernas carecían al principio para soportarme lo mismo en las cuestas arriba que en las cuestas abajo; es decir, siempre que andaba, porque es la pura verdad el dicho corriente en el lugar, de que en aquella fragosa comarca no hay otra llanura que la sala de don Celso.

Las campanitas seguían llamando a misa, el río seguía cantando, y susurraban las arboledas, y venía de las selvas y de las cañadas algo como rumor de lejanas orquestas misteriosas que ejecutaban, allá en la sierra, en lo más recóndito de la cordillera, inaudita sinfonía. Abrióse, por fin, la puerta de la capilla, y la multitud se precipitó en el sagrado recinto.

Hasta entonces sólo había observado yo la Naturaleza a la sombra de sus moles, en las angosturas de sus desfiladeros, entre el vaho de sus cañadas y en la penumbra de sus bosques; todo lo cual pesaba, hasta el extremo de anonadarle, sobre mi espíritu formado entre la refinada molicie de las grandes capitales, en cuyas maravillas se ve más el ingenio y la mano de los hombres que la omnipotencia de Dios; pero en aquel caso podía yo saborear el espectáculo en más vastas proporciones, en plena luz y sin estorbos; y sin dejar por eso de conceptuarme gusano por la fuerza del contraste de mi pequeñez con aquella magnitudes, lo era, al cabo, de las alturas del espacio y no de los suelos cenagosos de la tierra.

Sus círculos de pastos, las verdes cañadas, las vertientes llenas hoy de bosques, estaban cubiertas por uniforme capa de hielo. Nada aparecía aún en el valle: ni cascadas, ni praderas, ni arroyos, ni lagos.