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El burgués era un adolescente pálido y desmedrado, un muchacho de dieciséis años, con el traje raído, pero con gran cuello y vistosa corbata; el lujo de los pobres. Temblaba de miedo al enseñar sus pobres manos finas y anémicas, manos de escribiente encerrado a las horas de sol en la jaula de una oficina.

A un lado de la plaza estaban sentadas sobre un ribazo, o en sillas de la inmediata taberna, las casadas y las viejas; mujeres anémicas y tristes en su relativa juventud por una procreación excesiva y por las fatigas de su existencia campestre, con los ojos hundidos en un cerco azul que parecía revelar desarreglos interiores, guardando sobre su pecho las cadenas de oro de sus tiempos de atlotas y adornadas las mangas con botones de oro.

Acontece á veces en las personas leucoflegmásicas, edemáticas y anémicas, que una grande irritabilidad se opone á la accion normal de los medicamentos, y que el organismo tiene entonces menos receptividad medicinal.

La stafisagria, que es un medicamento cuyos síntomas generales armonizan con los de la quina, está indicada en las artritis de accesos repetidos y con tofos; el calor las alivia; así como, por el contrario, las artritis propias de la sabina se alivian con el aire fresco. =C.= Afecciones hemorrágicas, anémicas, serosas. Flujos colicuativos ó asténicos.

¡Casar a su hija de usted con Miranda! gritó enarcando las cejas y colérico y descompuesto . ¡Está usted loco! ¡El mejor ejemplar de raza que de diez años a esta parte encontré! ¡Una niña que tiene glóbulos rojos en la sangre, bastantes para surtir a cuantas muñequillas anémicas se pasean por Madrid! ¡Una estatura! ¡Un equilibrio! ¡Unos diámetros!

No era su carácter muy jovial, propendiendo a una especie de morosidad soñadora y mórbida, como la de las doncellas anémicas; pero en aquel punto respiraba con tal desahogo por haber encontrado una solución, que sus manos temblaban, deshaciendo con alegre presteza el embutido de calcetines y ropa blanca y dando amable libertad al canal y manteo.

Calvat se llevó mucho tiempo buscando qué género de pintura podría convenir mejor a su siglo y a su talento, creyendo varias veces haberlo al fin encontrado. Durante un viaje por Italia, que hizo a costa de Fabrice, se había decidido con ardor por los pintores primitivos, y volvió no hablando sino de Duccio, Cimabue, Giotto, Tadeo Gaddi, el Massaccio y el Perugino, entonando himnos interminables a los mosaicos de San Miniato y a la simplicidad hierática de los bizantinos. «En esas fuentes frescas y puras era, según él decía con churrigueresca verbosidad, en donde debían vigorizarse las anémicas artes del siglo XIX.