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Pero el sabor se hizo amarguísimo, insoportable, cuando vinieron acompañadas de celos. Soledad, que siempre había mostrado buen semblante á las guasas de Antonio Robledo, las iba encontrando cada día más sabrosas; de tal suerte que cuando entraba en la tienda ya no tenía ojos y oídos sino para él.

Una criada torpe y gruñona le asiste con malos modos, sin solicitud ni cariño. ¡Qué soledad tan triste! ¡Ni una hija, ni una caricia, ni un beso! ¡Oh mocedad malbaratada! ¡Oh presente amarguísimo!

La pobre mujer tuvo miedo de misma, y un llanto amarguísimo brotó de su corazón a raudales.

Entonces, al modo que el general sitiador a quien es adversa la fortuna suspende el ataque y se encierra en su tienda, don Juan comenzó a filosofar, recurso de desgraciados, y le pareció que su pasado era ridículo; su presente, amarguísimo; su porvenir, incierto. El mal humor fue poco a poco convirtiéndosele en tristeza y ésta en melancolía.

Acercóse la duquesa y, antes de que abriese la boca, Felicita se le adelantó: Ya lo que me va a decir, señora duquesa. Lo y no quiero oír de fuera la acusación. Estoy convicta y confesa. Llévenme a la cárcel, denme vil garrote. Yo le he matado.... No delire, pobre mujer. Revístase de fortaleza para escucharme. Le traigo un manjar amarguísimo; pero con un granito de dulzura y de consuelo.

El digno encajero no podía apartar de si el licor amarguísimo que un demonio invisible le ponía en los labios; ya suspiraba, ya se golpeaba la cabeza venerable, ya por fin elevaba los brazos y los ojos al cielo pidiendo a Dios que le librara de aquel fiero tormento. «Ni un momento más puedo vivir en esta incertidumbre, gritó. Sr. D. Salvador, venga usted al momento; necesito hablarle».

No pudo continuar porque entró D. Pedro, todo lleno de bizmas y parches, fruto amarguísimo de la brillante campaña del Condado. Levantose azorada doña Flora, y dijo: Sr. D. Pedro... es una casualidad, créalo usted, que se encuentre aquí este mozuelo... Nunca está una libre de calumnias... Este chico es tan loco, tan imprudente...

A la mañana siguiente fui a verla: vacilé mucho antes de hacerlo pero no me pude contener ni quise dominar el deseo de salir de dudas, porque todo me inducía a sospechar, y un presentimiento amarguísimo me gritaba que Pepe debía de haber cometido una maldad muy grande. Afortunadamente, aquella mujer no me conocía, sabía que Pepe era casado y nada más.