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Leña, como algarrobo y otras calidades, toda madera recia, bastante gruesa, pero baja, hay en todas partes y bastante: la mayor y mejor está por la banda del E. Pastos hay muy buenos, y fuertes para el ganado, con bastante abundancia.

Era una silla de brazos como las mejores que se pueden encontrar en una granja rica. ¡Qué asiento, hijos míos! dijo el tío Correa con entusiasmo . Ancho, blandísimo, hecho con madera de algarrobo de la mejor y con cuerda de esparto bien tejido; un sillón, en fin, como sólo puede tenerlo un cura de pueblo rico.

Algunos minutos después el bramido se oyó más distinto y más cercano; el tigre venía ya sobre el rastro, y solo a una larga distancia se divisaba un pequeño algarrobo. Era preciso apretar el paso, correr, en fin, porque los bramidos se sucedían con más frecuencia, y el último era más distinto, más vibrante que el que le precedía.

La conocí mucho, mucho. ¡Como que casi tuve un lance con el Juan Lanas de su marido! No sabía yo que se había ya muerto el marqués del Algarrobo. ¡Bien viejo ha ido al hoyo! ¡Como que era contemporáneo de los espolines de Pizarro! ¡Pucha! Aquí está un patriota abnegado, de esos que dan el ala para comerse la pechuga y que saben sacar provecho de toda calamidad pública.

Para el forzudo Batiste era un arma terrible este asiento de fuertes travesaños y gruesas patas de algarrobo, con aristas pulidas por el uso.

Mandan traerse las sumas de San Juan, y ya hay treinta mil pesos para la guerra, reunidos a tan poca costa. Mientras el dinero llega, Facundo los aloja bajo un algarrobo; los ocupa en hacer cartuchos, pagándoles dos reales diarios por su trabajo.

Resistía el sol como un peón, y el paseo era maravilloso contra su mal humor. Los perros le acompañaron, pero se detuvieron a la sombra del primer algarrobo; hacía demasiado calor. Desde allí, firmes en las patas, el ceño contraído y atento, lo veían alejarse. Al fin el temor a la soledad pudo más, y con agobiado trote siguieron tras él. Míster Jones obtuvo su tornillo y volvió.

Allí era donde más intolerable resultaba el olor de alcohol. Parecían impregnados de él los alientos y la ropa de toda la gente. Vió Batiste á Pimentó y á sus contrincantes sentados en taburetes de fuerte madera de algarrobo, con los naipes ante los ojos, el jarro de aguardiente al alcance de una mano y sobre el cinc el montoncito de granos de maíz que equivalía á los tantos del juego.