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Actualizado: 6 de junio de 2025


Es una pasión desgraciada, o, lo que es lo mismo, es una de las pasiones que duran. Esta vez, sin embargo, tuve suerte; habían colocado la mesa del whist próxima a la chimenea, e hizo la fortuna que mi butaca estuviese a espaldas de las de mis lindas habladoras, que no fijaron su atención en nosotros.

M. Steimbourg hallábase menos ligado con M. L'Ambert que el marqués de Villemaurin; no tenía, como éste, todos sus títulos de propiedad en el estudio de la calle de Varneuil desde hacía cuatro o cinco generaciones. No conocía a aquellos dos caballeros más que del círculo y de la partida de whist, y tal vez también por algunos corretajes que le habían hecho ganar.

Para ellas, y a sus años, un baile se compone de muchachas, aderezos, adornos, polquistas y galanes: los jugadores de whist no son tenidos en cuenta... no existen; son cuatro asientos vacíos en un salón. Pero, chica, ¿no has pensado nunca en ello? Jamás. ¿Ni aun en sueños? ¿En sueños? no tengo tiempo: duermo perfectamente. ¿Y no te ha indicado nada tu madre? Nada.

Entretanto, hacía yo tales chambonadas, que compañero debió de formar pésima idea de los jugadores de la capital; pero estaba escrito que Cecilia me había de hacer perder siempre al whist, porque también esta vez, como cuando la conocí, pensaba en ella más que en el juego, y mis ojos se dirigían constantemente hacia el alegre círculo que dirigía.

Jugaba durante todo el dia y hasta media noche, ora whist, ora veintiuna, y á veces hasta monte con los Españoles, sin prescindir por eso del ajedrez, las damas y demas juegos inocentes. Aquella vieja de espejuelos, bailando como loca y jugando como un Yankee, parecía haber apostado con el tiempo á no dejarse vencer....

Tiene razón este señor intervine yo, y para que su dedo permanezca inmóvil, habrá que hacer lo que en cirugía se llama... se llama... ¿Entablillar? interrumpió Enrique, ¿como si se tratara, de un brazo o una pierna? Justamente. ¿Y dónde encontrar el aparato? gritaron todos riendo. Helo aquí. Y tomé una carta de la mesa donde acababa de jugar al whist; creo que era un rey de oros.

Aquella noche, mientras Mariskoff, en el fondo de las salas, jugaba con tres oficiales de la embajada su «whist» sacramental, y Camilloff, reclinado en el sofá, con los brazos cruzados, solemne como en una poltrona del Congreso de Viena, dormía con la boca abierta, ella se sentó al piano.

La entrada era cosa ardua: no entraba cualquiera: era necesario ser crema batida de la mejor burguesía social y política para hollar las mullidas alfombras del gran salón o sentarse a jugar un partido de whist en el clásico salón de los retratos que ocupa el frente de la calle Victoria.

Desde el día siguiente por la noche, apliqué al ornamento interior y exterior de su querida catedral todos los recursos de mi lápiz. Esta atención á que tan sensible se ha mostrado, ha tomado poco á poco la regularidad de una costumbre. Casi todas las noches, después del whist, me pongo al trabajo, y el ideal monumento se enriquece con una estatua, un púlpito ó una claraboya.

Mientras hablaban ellos aparte, el inspector provincial organizaba una mesa de whist y habiéndose negado Delaberge y la señora Liénard a tomar parte en el juego, sentáronse en torno de la mesa la subinspectora, el presidente, el secretario y el propio señor Voinchet.

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