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Actualizado: 20 de mayo de 2025


Como la historia de Isaacs, ésta también según nos dice el autor en el prólogo fué «más vivida que imaginada». Alterando apenas ciertas fechas y ciertos nombres, nos relata una aventura propia. ¿Pueden acaso, las ajenas, contarse bien? Delgado no lo cree.

Cada uno hará lo que quiera; monjes libres, sin otra obligación que la de acudir á la hora de refectorio. Y si «el señor del 5» ó «el señor del 17» quieren dar una vuelta por el Casino, podrán hacerlo, y alguien se encargará de llenarles los bolsillos. Hay que dar algo al vicio, ¡qué diablo! Sin los vicios, la vida no valdría la pena de ser vivida.

Después de cuatro años de gobierno, y sin la más leve fórmula de cortesía, se vió destituido don Manuel Guirior, trigésimo segundo virrey del Perú, y llamado a Madrid, donde murió pocos meses después de su llegada. Vivió una vida bien vivida. Así en el juicio de residencia como en el secreto que se le siguió, salió victorioso el virrey y fué castigado Areche severamente.

Del "Spoliarium" a mujer llorosa, Y de "Las Vírgenes" a voz que gime En cristiana actitud de radiosa, Cuando pinta con vívida hermosura La expresión de simbólica pintura En un brindis genial "A los pintores" Que a la patria llenaron de esplendores.

Aquí, una semilla es un árbol, una niña, una mujer, y un crepúsculo, una rapidísima penumbra de la vívida luz de los trópicos. Preguntar á una india qué acaba de dar á luz y os dirá que ha parido, no un niño ó una niña, sino una babai ó un lalaqui, es decir, un hombre ó una mujer. Plantar una simiente de las que en el viejo mundo dan un arbusto, y aquí saldrá un árbol.

¡A Juan que, suponiéndola apenada, no bien acabó con cuanta prisa pudo su empeño en el pueblo de los indios volvió a la ciudad, y de allí, aprovechando la noche por sorprender a Lucía con la luz de la mañana, emprendió sin descansar el camino de la finca a caballo y de prisa! ¡A Juan, que con amores muy altos en el alma, consentía, por aquella piedad suya que era la mayor parte de su amor, en atar sus águilas al cabello de aquella criatura, no tanto por lo que la amaba él, sin que por eso dejase de amarla, sino por lo que lo amaba ella! ¡A Juan que, puestos en las nubes del cielo y en los sacrificios de la tierra sus mejores cariños, no dejaba, sin embargo, por aquella excelente condición suya, de hacer, pensar u omitir cosa con que él pudiera creer que sería agradable a su prima Lucía, aunque no tuviese él placer en ella! ¡A Juan que, joven como era, sentía, por cierto anuncio del dolor que más parece recuerdo de él, como si fuera ya persona muy trabajada y vivida, quienes a las mujeres, sobre todo en la juventud, parecían encantadores enfermos! ¡A Juan, que se sentía crecer bajo del pecho, a pesar de lo mozo de sus años, unas como barbas blancas muy crecidas, y aquellos cariños pacíficos y paternales que son los únicos que a las barbas blancas convienen! ¡A Juan, que tenía de su virtud idea tan exaltada como la mujer más pudorosa, y entendía que eran tan graves como las culpas groseras los adulterios del pensamiento!

Son la historia de un muchacho pobre; pobre muchacho tímido y crédulo, como todos los que allá por el 67 se atusaban el naciente bigote, creyéndose unos hombres hechos y derechos; historia sencilla, vulgar, más vivida que imaginada, que acaso resulte interesante y simpática para cuantos están a punto de cumplir los cuarenta.

Mientras pensaba esto, una frase oída por él no recordaba dónde, formada tal vez con los residuos de antiguas lecturas, empezó á cantar en su cerebro: «Una vida sin ideal no vale la pena de ser vividaFerragut asintió mudamente. Era verdad: para vivir se necesita un ideal. Pero ¿dónde encontrarlo?...

En cambio, la expresión cinematográfica puedo proporcionar á la novela la universalidad de un cuadro, de una estatua ó de una sinfonía. Los rótulos del film y la necesidad de traducirlos representan poca cosa en esta clase de obras. Lo importante es la imagen vivida, la acción interpretada por seres humanos, valiéndose del gesto, que ignora el estrecho molde de las sílabas.

La hija del doctor parecía respirar aquella brisa, contemplar aquel cielo fulgurante, oír aquellos acentos y aspirar las embalsamadas emanaciones de aquella vívida naturaleza por la primera vez en su vida y al mirar al firmamento, sumergida en éxtasis delicioso, corrían por sus mejillas dos lágrimas semejantes a dos gotas de rocío caídas del cáliz de alguna flor de las que el aire mecía sobre su cabeza acariciándola blandamente.

Palabra del Dia

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