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Actualizado: 29 de junio de 2025


Huberto adivinó la ironía en la sonrisa fina de su interlocutora; quedó dispensado de contestar, gracias a Diana, que exclamaba con vehemencia: ¡Tiene razón él! ¡Aquello era un horror! ¡Cómo me he aburrido cuando se fue todo el mundo! Vivíamos como lobos; no se veía a nadie. Por eso mismo me agradaba Etretat repuso María Teresa.

Por grande, por fervoroso que sea tu celo, es imposible que te ofusque hasta no dejarte comprender esto. Lo absurdo, lo inconcebible, es que me propongas que asista impávido a presenciar la vida que hacíais antes de mi llegada. ¡Ni un mal rosario había en la casa! Y vivíamos tan ricamente. Yo no puedo autorizar eso ni tolerar tus impiedades. Pues yo no quiero consentir lo otro.

Vivíamos rodeados de lo que había sido el pasado y de lo que sería el porvenir. Los restos de los que amábamos y los componentes de los que a su vez nos habían de amar, flotaban en torno nuestro, manteniendo nuestra vida.

Contemplamos en tanto gran parte de la ciudad desde un ajimez de la casa en que viviamos. El espectáculo que á nuestros ojos se presentaba no podia ser mas bello. Alzábanse acá y acullá de entre techos desiguales torres mas ó menos imponentes cuya negra silhueta se destacaba sobre los montes inmediatos ó sobre el azul del cielo.

Le rogué que dejara pasar aquella crisis de flaqueza, resultado de penas y cansancio y le prometí cambiar de género de vida. Vivíamos en el mismo medio social y reconocí que era un error de mi parte no frecuentarlo. Tenía el deber, sin duda, de no singularizarme con un sistemático alejamiento. Le dije una porción de cosas sensatas, como si de repente hubiera recobrado la razón.

Aquí vivíamos tranquilamente y en paz, no con la comodidad que en nuestra antigua casa; pero, en fin, tranquilas y ... Señora, usted nos ha librado de la deshonra, porque ¿qué hubiera sido de nosotras, solas aquí y expuestas á las asechanzas alevosas de ese militar? ¡Oh! no lo quiero pensar. Es un militar joven, alto, buen mozo, y parece ser persona muy distinguida.

Los días de temporal, más que una casa, parecía aquello un barco; las puertas y ventanas golpeaban con furia, el viento se lamentaba por las rendijas y chimeneas, gimiendo de una manera fantástica, y las ráfagas de lluvia azotaban furiosamente los cristales. En la casa vivíamos tres personas: mi madre y yo, y la vieja que había sido nodriza de mi madre, a quien llamábamos la Iñure.

Los profesores de la Universidad venían a oírle al cuchitril en donde vivíamos. Mi madre, que tenía mal carácter, decía que mi padre era un zángano, y que los que venían a oírle le tomaban el pelo. Pero mi padre es un santo. Involuntariamente pensé en don Pedro, Guillén, Eurípides, hijo de un zapatero y autor dramático. Prosiguió la Pinta: A me perdió un cura.

Acuérdate, Pepito, que y yo, cuando éramos muchachos y vivíamos en la Universidad, nos hemos deslizado ocultamente en los almacenes de la Facultad de Historia para ver de cerca las bestias de acero, gloriosas y mudas, sin poder adivinar cómo funcionaron en otros tiempos....

Sea por lo que sea, explíquelo él como quiera explicarlo, es lo cierto que nada me dijo de que me amaba cuando vivíamos juntos, y ahora, que no me ve hace tres años, me declara su amor y quiere casarse conmigo. ¿En qué consiste estoInés no responde a tales preguntas. No resuelve ninguna de las dudas que la asaltan.

Palabra del Dia

rigoleto

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