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Actualizado: 7 de junio de 2025
Las ilusiones sólo duran en mí una corta temporada, y pasan sin dejar rastro. Soy digna de lástima, créame usted. Miraba al torero con ojos de conmiseración, adivinándose en ellos una curiosidad lastimera, como si le viese de pronto con todos sus defectos y rudezas. Yo pienso cosas que usted no comprendería continuó . Me parece usted otro.
La duquesa pasaba á la otra habitación, que estaba completamente á obscuras, para evitar cualquier curiosidad reprensible; la duquesa cerraba por una parte y otra dos puertas, y sólo cuando era imposible que nadie la viese, abría las ventanas que estaban cubiertas por cortinas. El paso de una á otra habitación se hacía siempre así. Era imposible que nadie comprendiese su estado.
Marido o amante, todo le era igual en aquel momento de ira: lo que le importaba era rendir al Conde, conseguir que no fuese de doña Beatriz, lograr que aquella mujer se viese abandonada. A pesar de su culto a doña Beatriz, el Condesito seguía yendo a teatros, paseos y reuniones aristocráticas. En dichos puntos siempre encontraba a Elisa.
Y acaso hubiera llegado a ella sin novedad si en aquel momento no viese aparecer por la puerta a la causante de los bofetones, a Eulalia, que entraba en el comedor seguida de su mamá. Verla y sentirse poseído de insano furor fue todo uno.
Finalmente, él habló de manera que hizo sospechoso al retor, codiciosos y desalmados a sus parientes, y a él tan discreto que el capellán se determinó a llevársele consigo a que el arzobispo le viese y tocase con la mano la verdad de aquel negocio.
De suerte que al volver a Marineda, en vez de rondar la Fábrica, como antes, se resolvió, desde el primer día, a acompañar a Amparo cuando la viese salir; y ejecutó el propósito con su serenidad habitual.
Este conocimiento sirvió para que «la pequeña Laurier» como la llamaban las amigas, á pesar de su buena estatura se viese buscada por el maestro en los bailes, saliendo á danzar con él entre miradas de despecho y envidia. ¡Qué triunfo para la esposa de un simple ingeniero, que iba á todas partes en el automóvil de su madre!... Julio sintió al principio la atracción de la novedad.
Finalmente, don Quijote, encomendándose de todo su corazón a Dios Nuestro Señor y a la señora Dulcinea del Toboso, estaba aguardando que se le diese señal precisa de la arremetida; empero, nuestro lacayo tenía diferentes pensamientos: no pensaba él sino en lo que agora diré: Parece ser que, cuando estuvo mirando a su enemiga, le pareció la más hermosa mujer que había visto en toda su vida, y el niño ceguezuelo, a quien suelen llamar de ordinario Amor por esas calles, no quiso perder la ocasión que se le ofreció de triunfar de una alma lacayuna y ponerla en la lista de sus trofeos; y así, llegándose a él bonitamente, sin que nadie le viese, le envasó al pobre lacayo una flecha de dos varas por el lado izquierdo, y le pasó el corazón de parte a parte; y púdolo hacer bien al seguro, porque el Amor es invisible, y entra y sale por do quiere, sin que nadie le pida cuenta de sus hechos.
¡Ah!... ¿Le ha visto usted? murmuró muy débilmente Miguelina. Y un temor ansioso alteró más todavía la expresión de su rostro, como si el encuentro de aquellos dos hombres hubiese sido para ella una desgracia, o como si viese en ello el presagio de una inminente catástrofe.
Bueno sería que entrase esta noche todo el pueblo en casa del señor Juan #Tostado#, o como es su gracia, y viese lo contenido en el tal retablo, y mañana, cuando quisiésemos mostralle al pueblo, no hubiese ánima que le viese: no, señores, no, señores; ante omnia nos han de pagar lo que fuere justo.
Palabra del Dia
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