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Actualizado: 21 de junio de 2025
Sin pecado concebida. ¿Qué se ofrece, hermanitas? Que vaya usted donde el reverendo padre guardián y le diga que esta niña, como a la vista está, se encuentra abultadita, que se le ha antojado pasear el convento, y que nosotras venimos acompañándola por si le sucede un trabajo. ¡Pero tantas!... murmuraba el lego entre dientes.
Pues bien; acababan de saber que el duque, faltando a su palabra, se lo trataba de birlar decaradamente: había presentado el correspondiente pliego en la subasta. El primero que habló fué Calderón. Antonio, venimos a reñir contigo seriamente.... No puede ser. ¿Reñir con un hombre tan inofensivo como yo?...
Sin un leve instante de reposo, Tiburcio tocó en la puerta con el pomo de su espada y gritó alto para que le oyese quien estaba dentro: ¡Urbási! ¡Urbási! Abre. Ten confianza en nosotros. Venimos a salvarte. La puerta se abrió enseguida y Urbási se mostró bajo el dintel, serenamente hermosa, como una aparición del cielo. Desalumbrado, extático quedó Morsamor al contemplar de cerca tanta hermosura.
Sí, iré dije mirando el postrado cuerpo del Rey. Esta noche continuó Sarto apresuradamente y en voz baja, debemos pasarla en palacio, de acuerdo con el programa trazado de antemano. Pues bien, apenas nos dejen solos, se queda Federico de guardia en la cámara del Rey, montamos a caballo usted y yo y nos venimos aquí a escape.
Pues entonces, prorrumpió Luisa, deje la pluma y charlemos un rato. Como ustedes gusten. ¿A qué no sabe usted de dónde venimos? De la iglesia; de las tiendas; vendrán de comprar perendengues y moños. ¡No! exclamaron a una. No acierto.... ¡Adivine usted!... dijo la morena. ¡Adivine usted!... repitió la rubia. No acierto, señoritas.... ¿Oyes, Luisa? ¡No acierta!
Penetramos en ella y nos encontramos en medio de preciosos parterres y macizos de flores, de entre los cuales salió un anciano de aspecto bondadoso, que al vernos se sonrió y nos preguntó qué queríamos. » Venimos a comprar flores contesté yo. »Y sacando con majestad del bolsillo dos monedas de a cinco francos, suma de nuestras dos fortunas reunidas, añadí: » Podemos gastar todo esto.
Venimos á hablar al magistrado, dijo Marenval gravemente. No esperéis, sin embargo, que vaya á ponerme la toga, dijo el juez riendo. Vénganse á mi gabinete y allí estaremos más cómodos. Les condujo á la pieza de que acababa de salir y les dijo indicándoles dos butacas: Siéntense ustedes. Vamos á ver; ¿han cometido ustedes algún crimen? ¡No!
Pues bien: contemplando por primera vez a la hija de mis amos, discurrí que tan bella persona no podía haber venido de la fábrica de donde venimos todos, es decir, de París o de Inglaterra, y me persuadí de la existencia de alguna región encantadora, donde artífices divinos sabían labrar tan hermosos ejemplares de la persona humana.
Después, otro y otro, hasta nueve, que a la gente, inmóvil por la sorpresa, le parecieron infinitos en número. Era la guardia, que hacía fuego antes de que ellos se pusieran delante de los fusiles. La sorpresa y el terror dieron a algunos un cándido heroísmo. Avanzaban gritando, con los brazos abiertos. ¡No tiréis, hermanos, que nos han vendío!... ¡Hermanos: que no venimos por la mala!...
Así, pues, ya que las alas me lo permiten, saldremos de aquí volando por alto, para que en la ciudad se vea cómo caemos, pero no de dónde venimos.
Palabra del Dia
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