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El juego hacía surgir después Monte-Carlo sobre la salvaje meseta de las Espelungas; la lujosa ciudad nueva se ensanchaba para unirse con el viejo Mónaco, cubriendo de edificios todo el territorio del principado, y la sepultura del anónimo guerrero quedaba prisionera de este oleaje de grandes hoteles, palacios y «villas». El olivar de la tumba se vendía á metros, haciendo la fortuna de los herederos.

E aquellos que lo recibian, tenian cargo de lo vender á los de la hueste á un precio tasado, que ni bajaba ni subia mas. En esta negociacion, contado el precio que costaba el trigo é la cebada i el precio á como se vendia, i las costas que sobre ello se facian, se falló de pérdida en tiempo de seis meses, mas de cuarenta cuentos de maravedís.

A la sazón, estaba «poniendo los puntos» a una morena muy agraciada, hija del sereno Maroto, que vendía pescado en la plaza y se llamaba Ramona, la misma a quien tal vez recuerde el lector que Periquito había dicho en la cazuela del teatro: «Ramona, te amo» con gran regocijo de Piscis y Pablo. Cuando llegó la hora de venir a la Nozaleda, se empeñó en llevarla a caballo delante de él.

Sentía deseos de pedir a Dios que hiciese un milagro, que le convirtiese en uno de aquellos niños, destinados a ser bestias de carga para el bienestar de sus semejantes, pero que al menos tenían una madre que los amaba sin distinguirlos y no se vendía a pesar de su miseria. Sintió de pronto en sus manos la caída de algo caliente que resbalaba sobre su epidermis. Lloraba.

En silencio elaboraba los barquillos, en silencio los vendía, y casi puede decirse que los voceaba en silencio, pues nada tenía de análogo a la afectuosa comunicación que establece el lenguaje entre seres racionales y humanos, aquel grito gutural en que, tal vez para ahorrar un fragmento de palabra, el viejo suprimía la última sílaba, reemplazádola por doliente prolongación de la vocal penúltima: Barquilleeeeé....

Dijo Jerónima Jacinta "que había visto que la dicha mujer había echado suertes tres ó cuatro veces con unos granos de cebada, echándolos en un puchero con agua, contándolos y diciendo: Saque, machaque, Barcebú, Barrabás, el demonio mayor del infierno; y que luego tomaba un Christo poco mayor que la palma de la mano, y teniéndole sobre la misma palma, con un cuchillo hacía unas rayas en sus mismos dedos y otras en el suelo y en la pared, y luego las borraba soplando, y que cuando las hacía rezaba entre , y que tenía un paño todo en que había un pedazo de cabello como mostacho de hombre y la dicha mujer le dijo que aquello era para echar suertes; y que había comprado un asno prieto por doce ducados para darlos á los hombres; y que vendía cada migaja por ocho reales; y que cuando echaba las suertes con la cebada, sacaba un papel donde tenía un pedazo de ara consagrada, y que á ella le había dado un pedazo diciendo que era buena para traer amigos

Dábase este último nombre á un lugar en donde se vendía una especie de refresco, llamado aloja, compuesto de agua, miel y especias; más tarde se agregó á él un palco, destinado al alcalde que presidía la función, y se sospecha que el antiguo alojero ocupaba el lugar de este palco, de creación más moderna, y situado sobre la cazuela.

Y ¡quién sabe! una vez puesto el pie en el camino de la investigación, es posible que llegara a explicar este fenómeno por las leyes de la evolución, viendo en él la supervivencia o degeneración patológica de las aptitudes orgánicas de su abuela, que freía y vendía tales comestibles cerca de la puerta de Segovia.

Las personas que allí viera constantemente, los mozos y el encargado, ciertos parroquianos fijos, se le representaban como unidos estrechamente a él por lazos de familia. Hasta con la jorobadita que vendía en la puerta fósforos y periódicos tenía cierto parentesco espiritual.

Para concertar los chambos y solemnizar las ventas buscábase el amparo de un sombrajo, bajo el cual una mujerona vendía bollos adornados por las moscas ó llenaba pegajosas copas con el contenido de media docena de botellas alineadas sobre una mesa de cinc. Batiste pasó y repasó varias veces entre las bestias, sin hacer caso de los vendedores que le asediaban adivinando su intención.