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Actualizado: 24 de junio de 2025


Como Villalonga y yo teníamos dinero largo para juergas y cañas, unos y otros tomaron el gusto a nuestros bolsillos, y pronto llegó un día en que allí no se hacía más que beber, palmotear, tocar la guitarra, venga de ahí, comer magras. Era una orgía continua. En la tienda no se vendía; en ninguna de las dos casas se trabajaba.

Pero el dinero no es todo para . Quiero ser feliz antes que nada. No le ocultaré que hace poco tiempo era una señorita de almacén y no pensaba que algún día sería una dama del gran mundo como usted y como la condesa: vendía trajecitos para muchachos. Cierto día pasa a mi sección un caballero alto, bastante joven, buen mozo, moreno, como los que se ven en los cinemas.

Enrique Thomas iba leyéndolos por las calles, devorado su espíritu por una comezón repentina de saber, y luego los vendía, empleando para ello su pintoresca y abundante verbosidad meridional. Su clientela adoraba en él; era simpático, envolvente, inagotable. Jamás tuvo el editor Lachatre un representante igual.

¡Ay, señora, usted no sabe lo que pasa, usted no sabe que a las dos nos está engañando... y quién es la que nos le entretiene, una culebra, una hipocritona, que me vendía amistad...! Esto no quedará así, señora, no quedará así... Ahora lo que le conviene es tranquilidad; que tiempo hay de ajustar cuentas atrasadas...

Don Juan rodeó la cintura de Dorotea. Dorotea se alzó radiante de dignidad. La mujer que ama no es la impura cortesana, la torpe comedianta que vendía sus favores dijo ; respetadme, don Juan, respetad en lo más noble que Dios ha dado á sus criaturas: el amor y la pureza del alma. Don Juan se retiró, no confundido, sino enojado. Dorotea, pensativa y triste, guardó silencio.

Si alguien salía de la masa miserable, elevándose por su capacidad, en vez de permanecer fiel a su origen, prestando apoyo a los hermanos, desertaba de su puesto, volviendo las espaldas a cien generaciones de abuelos esclavos, aplastados por la injusticia, y vendía su cuerpo y su inteligencia a los verdugos, mendigando un puesto entre ellos.

La Pepa le vendía a los isleños los cueros de las nutrias y las plumas de los mirasoles que cazara. La Pepa le compraba las provisiones. La Pepa le hacía la comida... ¿Qué haría él ahora sin la Pepa? Ocurriósele que la gallega podría no estar muerta, y sólo desmayada, como que no se la había aún cubierto la tierra. Por eso fue a sacarla de la fosa y la tendió en el rancho.

De esta suerte ganaba él, haciendo ganar al marqués tres reales en arroba por la parte más corta. Luego echaba D. Acisclo en madera el mencionado vino, y al cabo de un año, le ponía tan exquisito, que vendía cada arroba por siete u ocho pesetas más de lo que le había costado.

Y para que se vea cómo las gastaba Roque Simón, copiaré del manuscrito de la Información, estos dos casos: «El verano pasado, porque el nevero que vendía en la Alameda no le guardó nieve, fué á su casa y lo injurió con muy malas palabras y lo hizo, por su autoridad, llevándolo á la cárcel de la audiencia, donde lo tuvo tres días, haciéndole muchas molestias, de que hubo muy grande nota....»

Vendía los libros por unos cuantos reales, por lo que querían darle, y sin embargo, siempre tenía volúmenes en su casa: versos tristes de gentes con salud y medios para defenderse del hambre; novelas sobre crisis de las almas; tratados para resolver el conflicto social.

Palabra del Dia

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