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Creía ella tener que habérselas de seguida con las visitas importunas, las preguntas indiscretas, las impertinentes lástimas y las molestas compasiones que la habían asediado cuando la muerte de Velarde, catástrofe también espantosa, que sin saber explicarse el porqué parecíale en estos momentos más terrible que le pareció en aquellos primeros instantes.

Los recién llegados se acercaron al trono, y todos hicieron su cortesía, y después uno de ellos, de cara redonda y de nariz de sabueso, habló en nombre de sus compañeros de esta manera: «Príncipe Sol, así os nombramos en España: yo soy Lope de Rueda, y mis compañeros Torres Naharro, Castillejo, Montemayor, Silvestre, Garci-Sánchez, Miguel de Placencia, Rodrigo Cota, Miguel Sánchez, Tárrega, Aguilar, Poyo, Ochoa, Velarde, Grajales y Claramonte . Ves en nosotros una cohorte de poetas dramáticos que representan al siglo de oro, y llegan hasta éste, que comienza á ser de hierro.

Velarde sintió la necesidad de escribirle al punto, de vaciar en un papel aquel cariño, aquella angustia, aquellas lágrimas que le asfixiaban, y a grandes pasos tomó el camino de su casa, repasando lo que había de decirle, hilvanando una carta llena de cariño, de protestas, de esperanzas halagüeñas, de todo lo que a ella más le gustara... ¡Celebraba ella tanto sus gracias! ¡Cuánto se había reído veinte años atrás, cuando explicándole un día el catecismo, se espantaba él de que fueran sólo tres los enemigos del alma!

Velarde, que es ese hombre grueso, pretende que se olvide hasta el título de sus comedias El Cid, Doña Sol y Doña Elvira, y la de El conde de las manos blancas.

Kate subió apresuradamente a un coche, y una hora después entregaba todas las cartas a su señora: entre ellas venía por equivocación el billete de la lotería que la noche anterior compró Juanito Velarde al retirarse a su casa. ¡Extraña burla de la suerte!

Y así era, en efecto: Currita había depositado en el Banco de España los 15.000 duros ganados a la lotería por Velarde, y escrito luego una carta a la madre de este, dándole el pésame por la heroica muerte de su hijo y lamentándose de aquel duelo a que su excesiva caballerosidad le había arrastrado.

La noche estaba hermosísima, y Velarde siguió a pie por las extraviadas calles que llevaban al palacio de Villamelón, tropezando a cada paso con los humildes vecinos de las buhardillas y sotabancos, que tomaban el fresco sentados en las aceras. Presto llegó a la Plaza de Oriente, dio dos vueltas en torno del jardín circular y sentóse al cabo en un banco, frente al palacio.

Parecióle a Velarde que hablaban entre , y medían el terreno, y le daban a él una pistola y otra al hombrecillo, y los ponían a los dos frente a frente.

Las comedias más notables de Vélez de Guevara. 281 CAPÍTULO XXII. Otros poetas dramáticos de esta época. Mexía de la Cerda. Damián Salustrio del Poyo. Hurtado Velarde. Juan Grajales. Joseph de Valdivieso. Andrés de Claramonte. Otros poetas dramáticos del tiempo de Lope de Vega. 309 CAPÍTULO XXIII. Oposición de algunos críticos al drama nacional. Andrés Rey de Artieda. Francisco Cascales.

No, no; y quien lo dijere miente exclamó D. Santiago, dejando caer de plano sobre la mesa sus dos pesadísimas manos . Don Pedro Velarde pasaba por un oficial muy entendido en el arma, y como fué de los que el Rey envió a Somosierra a recibir al melenudo, éste le trató, supo conocer sus buenas dotes, y quiso atraérselo. ¡Bonito genio tenía D. Pedro Velarde para andarse con mieles!