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Actualizado: 22 de junio de 2025


Las condiciones impuestas por la condesa eran un considerable aumento de sueldo para ella y la Secretaría particular de don Amadeo para Juanito Velarde, adorado amigo que a la sazón privaba. El encargo era fácil, dado el afán que de llenar aquel desairado cargo con un grande de España existía en la corte y en el Gobierno.

Currita se vistió en breve tiempo, y mientras tanto dábale conversación la Valdivieso, ponderándole la voz y la hermosura de Miss Jesup y lo bien que había estado Stagno la noche anterior en Un ballo in maschera, sobre todo en el aria final, cuando lo asesinaban. Paco Vélez se lo había dicho. Oye, y a propósito de muertos... ¿Te contestó ya la madre de Velarde?

Esto me dió dijo, enjugando con el mismísimo sagrado pañuelo las lágrimas que de improviso corrieron de sus ojos ; esto me dió con sus propias manos aquel que vivirá en la memoria de los españoles mientras haya españoles en el mundo, Yo estaba barriendo la oficina cuando entró D. Pedro Velarde buscándole, y le dije: «Mi capitán, hace un rato que salió con D. Jacinto RuizDespués, don Pedro entró y estuvo disputando con el coronel; al cabo de un cuarto de hora volvió a pasar por delante de mi. ¡Quién me había de decir...!

El marqués, por su parte, había ya desahogado su corazón en el perro amarillento de Kamschatka, y Currita se apresuró a desahogarlo también en la fina amistad de Juanito Velarde, que acudió muy alarmado a pedir categóricas explicaciones del hecho.

Diole esto gran importancia a Velarde, y agarrado a las faldas de Currita y a los faldones de Villamelón, fuese introduciendo en todos los salones de la corte, mientras se preparaba a entrar con algún brillante destino en aquel Palacio real que tenía delante, prefiriendo su vanidad y su haraganería la vida aparatosa del palaciego a la vida activa del político.

El Gran Capitán no pudo continuar, porque la pena ahogaba su voz; D.ª Gregoria se llevó también la punta del delantal a los ojos, y Santorcaz, más serio y grave que antes, respetaba el dolor de sus dos amigos. Me han asegurado dijo, después de una pausa que ese D. Pedro Velarde iba a comer todos los días en casa de Murat. ¿Es que simpatizaba con los franceses?

Velarde quiso reírse de esta idea que había oído llamar tantas veces espantajo de niños y de viejas; mas la risa volteriana no encajaba entonces en sus labios, y se reía, , se reía, pero sintiendo al mismo tiempo en la raíz del pelo cierta especie de molesto escalofrío.

Velarde hizo una mueca que parecía una sonrisa, y siguió adelante: detúvose en la puerta del salón y volvió la cabeza. Hízole entonces ella otra cariñosa señal de despedida, y él salió al fin lentamente, preocupado, como si le arrancasen de allí a la fuerza.

Aquí intercaló la amiga de García Gómez una risita de todos los diablos, y añadió muy despacito: ...la Secretaría particular de don Amadeo, para ese Juanito Velarde, que es ahora su consejero íntimo. ¿Velarde? exclamó Pilar Balsano muy sorprendida . ¡Yo nada sabía!... ¿Ahora te desayunas de eso?... ¡Vamos, Pilar, que estás siempre en Belén con los pastores!...

Pocos asuntos se han manejado tanto por los dramáticos españoles como la historia de D. Alvaro de Luna; pero la verdad es también que acaso la comedia más débil, que desenvuelva este argumento, es la de nuestro Damián Salustrio del Poyo. Al parecer este mismo Velarde había escrito otro Cid, antes que Guillén de Castro .

Palabra del Dia

rigoleto

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