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Actualizado: 3 de junio de 2025
Ferragut, que la había apreciado exteriormente de una sola ojeada, corrió su cubierta... «Ochenta toneladas.» Luego examinó el aparejo y la máquina auxiliar, un motor á petróleo que le permitía hacer siete millas por hora cuando el velamen no encontraba viento. Había visto en la popa el nombre del buque y su procedencia, adivinando en seguida la clase de navegación á que estaba dedicado.
Entre la isla del Espalmador y la de los Ahorcados, donde se abre el paso para los grandes buques, deslizábanse éstos teniendo que luchar con el ímpetu sordo de las corrientes y los dramáticos y ruidosos golpes de agua. Las embarcaciones de Ibiza y Formentera tendían la lona de su velamen para navegar al abrigo de los islotes.
En medio de esta profusión de resplandores, se distinguía como una perla el blanco velamen de un buque, al parecer clavado en las olas.
Ante la proa chisporroteaban las alas de tafetán de los peces voladores, abriéndose sus enjambres como escuadrillas de diminutos aeroplanos. Sobre la arboladura cubierta de lonas trazaban largos círculos los albatros, águilas del desierto atlántico, extendiendo en el purísimo azul el enorme velamen de sus alas.
Cubrían el centro de la nave los atezados marinos de Southampton, gente aguerrida toda, armada con hachas de abordaje, mazas y picas. Su jefe el capitán Golvín hablaba con el barón á popa, escudriñando ambos el horizonte y vigilando el velamen y los dos timoneles. Dad orden, dijo el barón, de que ningún soldado ni marino se deje ver hasta que el clarín les mande tender los arcos.
Ya era un gallardo bergantín, alzando sus dos palos y su cuadrado velamen; ya una graciosa goleta, con su cangreja desplegada, rozando las olas como una gaviota; ya un paquete, con sus alas de espuma en los talones y su corona de humo en la frente; ya un fino laúd; ya un elegante esquife; sin nombrar las lanchas pescadoras, los pesados lanchones, los galeones panzudos, los botes que volaban al golpe acompasado de los remos.... Si Chinto no fuese un animal, podría alegar en su abono que el Océano y el voltear de una rueda son imágenes apropiadas de lo infinito; pero Chinto no entendía de metafísicas.
Y por muchas que fueran las rachas que hacían crujir el velamen, zarandeando e inundando la barca, no dejaba de oírse la canción del aduanero, balanceada cual una gaviota en la cresta de las olas.
Nada más grandioso que la arboladura, aquellos mástiles gigantescos, lanzados hacia el cielo, como un reto a la tempestad. Parecía que el viento no había de tener fuerza para impulsar sus enormes gavias. La vista se mareaba y se perdía contemplando la inmensa madeja que formaban en la arboladura los obenques, estáis, brazas, burdas, amantillos y drizas que servían para sostener y mover el velamen.
Se me representan los barcos, no como ciegas máquinas de guerra, obedientes al hombre, sino como verdaderos gigantes, seres vivos y monstruosos que luchaban por sí, poniendo en acción, como ágiles miembros, su velamen, y cual terribles armas, la poderosa artillería de sus costados.
Pocas horas despues, en alta mar y á muchas millas de aquellas islas, un punto gris se mostró en el horizonte como una gaviota sacudida por las ondas; el objeto fue creciendo, manifestando sus formas, y al fin todos pudimos distinguir el velamen y el humo de la chimenea del vapor Plata, elegante en su construcción y rápido en su marcha, apesar del balanceo que las olas encrespadas le imprimían.
Palabra del Dia
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