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Actualizado: 29 de junio de 2025
9 Al octavo día hicieron convocación, porque habían hecho la dedicación del altar en siete días, y habían celebrado la fiesta solemne por siete días. 10 Y a los veintitrés del mes séptimo envió al pueblo a sus estancias, alegres y gozosos de corazón por los beneficios que el SE
¡Cuánto dinero debéis gastar en comer! exclamó mi tía que tenía la habilidad de ver el lado mercantil de las cosas y de decir lo que no debía decirse. Veintitrés mil trescientos setenta y siete francos, señora respondió con toda seriedad mi nuevo primo. ¡No es posible! murmuró mi tía, estupefacta. Parece que sois completamente feliz le dijo el cura restregándose las manos.
Pero dejemos la Historia, por respetos á la ley de imprenta que nos rige. De Madrid á Valladolid hay treinta y cuatro leguas y pico, que se andan en veintitrés horas. Llegué, pues, á las cinco de la mañana á la ciudad de D. Álvaro de Luna. Ya allí el calor era soportable, el aire elástico, la vegetación risueña. Todos pronostican á Valladolid un porvenir muy lisonjero.
Pues fue porque no le está bien a un joven rico y de ilustre prosapia consumir así el tiempo entre muchachas; porque lo que es natural a los doce años resulta ridículo a los veintitrés; porque, al fin y a la postre, mi hija puede salir perjudicada de esas visitas tan repetidas. ¡Caballero! ¡caballero! exclamó Amaury. ¡Tenga usted compasión de Magdalena! ¿No ve que la está matando? Era verdad.
19 los hijos de Hasum, doscientos veintitrés; 20 los hijos de Gibar, noventa y cinco; 21 los hijos de Belén, ciento veintitrés; 22 los varones de Netofa, cincuenta y seis; 23 los varones de Anatot, ciento veintiocho; 24 los hijos de Azmavet, cuarenta y dos; 25 los hijos de Quiriat-jearim, Cafira, y Beerot, setecientos cuarenta y tres; 26 los hijos de Ramá y Geba, seiscientos veintiuno;
En 1873, perdió a su hijo único, Roberto de Longueval; los herederos eran los tres nietos de la Marquesa: Pedro, Elena y Camila. Tuvieron que sacar a remate la propiedad, porque Elena y Camila eran menores. Pedro, joven de veintitrés años de edad, había hecho mil locuras, estaba semiarruinado y no podía pensar en rescatar a Longueval. Eran las doce del día.
Á los veintitrés años obtuvo el segundo premio y por una rara delicadeza, no quiso concurrir al año siguiente, aunque estaba casi seguro de la victoria. Para explicarlo, dió á su tutor razones que le conmovieron vivamente: Tengo tres concurrentes enteramente pobres y pueden desesperarse por un fracaso.
Sería mal hecho, lo comprendo, estoy cierta. ¿No recordáis lo que aquella dama que encontramos en las aguas de Royston nos ha dicho respecto de la criatura que su hermana adoptara? Es el único caso de adopción de que he oído hablar; la criatura fue deportada a los veintitrés años. Querido Godfrey, no me pidáis que consienta en lo que sé es malo; no volvería jamás a ser feliz.
Don Carlos, en efecto, era un morenito muy salado de veintidós á veintitrés años. Sus vivos y grandes ojos resplandecían con el fuego de la inspiración. Su cabellera negra, ya sin polvos, lucía y daba reflejos azulados como las alas del cuervo. Los movimientos de su boca al hablar eran graciosos. Los dientes que dejaba ver, blancos é iguales; la nariz, recta, y la frente, despejada y serena.
Raimundo no era tan niño como Castro le suponía, pues contaba veintitrés años cumplidos: pero tenía una figura infantil y delicada que no le dejaba aparentar más de diez y ocho. Su salud era vacilante y quebradiza.
Palabra del Dia
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