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Actualizado: 27 de julio de 2025


Veíanse como á distancia de tres millas dos navios que combatían, y los traxo el viento tan cerca del navío francés á uno y á otro, que tuviéron el gusto de mirar el combate muy á su sabor. Al cabo uno de los navios descargó una andanada con tanto tino y acierto, y tan á flor de agua, que echó á pique á su contrario.

Parte de la servidumbre pasaba allí varias horas del día durmiendo o jugando como en una taberna. Colgadas de la pared veíanse las ostentosas libreas de tafetán o terciopelo galoneadas de plata.

En la cumbre de este revoltijo veíanse tres niños abrazados, que contemplaban los campos con ojos muy abiertos, como exploradores que visitan un país por vez primera. A pie y detrás del carro, como vigilando por si caía algo de éste, marchaban una mujer y una muchacha, alta, delgada, esbelta, que parecía hija de aquélla.

Veíanse soberbios plátanos de espléndido ramaje con sus anchas hojas erizadas de picos; magníficos olmos de oscura copa tallada en punta como las agujas de las catedrales, y formada de espesísimas y menudas hojas; grandes y robustos castaños de aspecto patriarcal, exuberantes de salud y frescura; al lado de éstos ostentaban los abedules sus blancos y delicados troncos.

En el techo pintado al fresco, veíanse las figuras de San Ignacio y los Padres más famosos de la Compañía, todos entre nubes, revoloteando camino del cielo.

Sólo a trechos veíanse algunos ladrillos y cascotes de los derribos; lo demás estaba construido con los materiales más heterogéneos, viéndose empotrados en la argamasa, a guisa de ladrillos, botes de conserva, latas de petróleo, cafeteras, orinales, hormas de zapatos, y junto con estos despojos, tibores rotos de porcelana, columnillas de alabastro, trozos de estatuas, todo al azar, según el desorden de la recogida diaria en Madrid.

Por doquiera veíanse pobres bichitos azorados, libélulas azules, moscardones, mariposas... hasta un saltamontes pequeñito con alas de color escarlata, que se detuvo junto a mi pico; pero también yo estaba sumamente asustado para aprovecharme de su miedo. El viejo, por su parte, seguía siempre tan tranquilo.

Era una agitación semejante a la de un navío de guerra en vísperas de combate. La última cubierta se empequeñecía. Las balleneras pendientes sobre el mar eran retiradas al interior, descansando fijas en sus cuñas. Los paseantes veíanse obligados a moverse entre estas embarcaciones, que sólo dejaban accesibles estrechos pasadizos.

Y posados entre ellos como blancas palomas, veíanse de vez en cuando algunos molinos donde la amarga aceituna fluía su licor. Sólo rara vez ya el verde pálido y tierno de algún sembrado despedía una nota pacífica en aquella tierra ardiente de una vitalidad feroz. A medida que avanzábamos, el firmamento se elevaba y su azul se iba haciendo más intenso y profundo.

Era un patriarca prolífico, que había prodigado su sangre en varios distritos de la isla persiguiendo a las payesas, sin perder nada de su gravedad, y al dar a besar la mano a algunos de los hijos legítimos que vivían en su casa y llevaban su apellido, decía con voz solemne: «¡Dios te haga un buen inquisidorEntre estos retratos de los Febrer ilustres veíanse algunos de mujeres.

Palabra del Dia

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