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Actualizado: 27 de julio de 2025
En aquel cajon forrado de terciopelo azul oscuro, dividido en secciones, veíanse realizados los sueños de las Mil y una noches, los sueños de las fantasías orientales.
Veíanse asimismo algunas conchas encogidas y macilentas por haber quedado en seco: en medio de ellas, sin cáscara, sin abrigo, explayada, yacía la umbrela viviente llamada con harta impropiedad medusa. ¿Por qué haber dado tan horroroso nombre á un ser tan encantador? Nunca había fijado mi atención en aquellos náufragos que con frecuencia se encuentran en la playa.
Cualquiera hubiérase creído allí en un salón aristocrático de la corte de España: oíase hablar por todas partes en castellano, con esa vehemencia y esos gritos propios de los españoles cuando se exaltan, y en grupos y corrillos acá y allá diseminados, veíanse damas y gomosos de la aristocracia madrileña, hombres políticos del partido de Isabel II y algunos de esos personajes innominados que suelen verse a todas horas y en todas partes, sin que nadie pueda decir de ellos sino que son un tal Sánchez o un tal Pérez.
Desde el pretil veíanse rebaños de obscuras ovejas, que al compás perezoso de las esquilas iban en busca del corral, mientras que por la parte de arriba, por la carretera polvorienta, marchaban también en retirada los rebaños del trabajo, gentes de espalda encorvada y blusa vieja, con la cara sudorosa y el saco de herramientas a la espalda. La melancolía del crepúsculo se apoderaba de Juanito.
Entraba por las innumerables rendijas el viento helado del alba, que ya clareaba, y veíanse por debajo de la tejavana del techo grandes cuajarones de hielo.
En otros lienzos no menos obscuros veíanse castillos arrojando llamas por sus troneras, y al pie de ellos guerreros con la cruz blanca de ocho puntas sobre la coraza, tan grandes casi como las torres, y aplicando a éstas sus escalas para subir al asalto.
Al principio lo hacían en las calles, pero después destinaron á este objeto el hôtel de la Trinité, y sucesivamente el hôtel de Flandre y el de Bourgogne. Veíanse á la puerta del teatro las armas de los hermanos, que consistían en un escudo de piedra con la cruz y los signos de la Pasión.
En los escaños veíanse esparcidos algunos grupos de diputados; la tribuna pública llena de gente popular quieta y en recogimiento, como si bebiese la palabra del viejo republicano.
Enfrente estaba la chata columnata, sobre cuyas barandillas asomaban sus copas puntiagudas los cipreses del jardín. Por encima del tejado del claustro veíanse las ventanas de la segunda fila de habitaciones, pues casi todas las casas de las Claverías tenían dos pisos.
Esparcidas por diversos parajes del campo veíanse algunas mesas vestidas de lienzo blanco y atestadas de ciertos confites peculiares de la fiesta, como mazapanes, amargos, florones, madamitas, crucetas que se llevaban los ojos de los niños y los cuartos de las madres.
Palabra del Dia
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