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Ahora bien, señoras mías; ya tienen Vds. lo que les prometí; ya todas se han remozado. Vd. tenía ayer noventa años, ahora tiene cincuenta; Vd. ayer cincuenta, hoy treinta y cinco. Hablando así las despachó a todas tan corridas como puede 30 suponerse.

Don Tadeo le tomó mucho cariño: ¡eso ! No le hubiese tratado mejor aunque fuera hijo suyo. Lo único que me supo mal, fue lo de hacerle cura; pero no pude evitarlo. Si al menos fuera un cura como Muñoz Torrero o Venegas, o Martín Velasco... Calle Vd., por Dios, don José. ¿Curas liberales? ¡Son los peores!

Pero Vd. ¿no es Engracia... la...? ¡Atrévase Vd!... la querida de Millán. ¿Era eso lo que quería Vd. decir? Pues a mucha honra, que me está sirviendo de padre a mi chico. ¿Luego ese niño?... No es de Millán, sino mío y de mi difunto, que por allá nos aguarde muchos años. ¡Andá, si no fuera por Millán, ya habíamos reventao yo y el chico, como la Real Trinidad!

A falta de padre, y estamos como si faltara, usted es quien debe gobernar: yo la ayudaré... y elija Vd., madre: poner remedio al mal, o dejar que lo remedie yo solo, contra mi padre, contra Pepe, contra todos. ¡No, hijo de mi alma, por Dios, eso no, a Pepe no le hables de estas cosas! ¡Ah! ¿Tiene Vd. miedo? Pues yo no.

Hizo él al oírla un gesto, que equivalía a un ¿por qué?, y prosiguió la vieja: Misté, don Pepito, la verdá, me han dao intenciones de callarme, porque... Vd. ya lo sabe, en deciocho años que yevo aquí, mayormente nunca me he metió en . Pero... en fin, que me da lástima de Vd. ¿Qué ocurre? ¡Hable Vd!

Los prefectos los pidieron a su vez a los pueblos, y como éste es pequeño, su gente muy honrada y laboriosa, la autoridad sólo exigió al alcalde que le mandase a los vagos y viciosos. Ya conoce Vd. la costumbre de tener el servicio de las armas como una pena, y de condenar a él a la gente perdida. Es una desgracia.

No podría decirle una palabra más. ¿Por qué Vd., precisamente, que apenas la conoce, y a quien la enferma no conoce tampoco más, ha sido en su cerebro delirante la semilla privilegiada? ¿Qué quiere que se sepa de esto?

Como tién dinero, no quiero que crean... ¿entiende Vd.? Pero ya se lo malician; porque yo, ni a los novillos voy, aunque me sobren los cuartos, con tal de estarme en la trastienda hablando con ella. Bueno, hombre, bueno; anda, guarda eso o déjalo aquí, y a última hora que te diga el señor Ramón lo que debes hacer, y acábalo limpito.

«¡Hasta en domingomurmuró triste y sorprendido don Cándido: y asomándose a la ventana gritó al trabajador más próximo: ¡Eh! ¡Buen amigo! Diga Vd. al maestro, capataz o lo que sea, que haga el favor de subir aquí un instante. Momentos después estaba el maestro cantero en el comedor del cura.

Hijo, ¿cómo por aquí? Quiero hablar con Vd. ¿Tiene Vd. que esperar en la botica? Un ratito. Pues vamos primero por las drogas; luego aguardaremos juntos, y le diré a usted lo que deseo. Tirso hablaba con acento severo: su madre le oía con una curiosidad mezclada de temor. Pero hombre, ¿qué es ello? ¿Pasa algo malo en casa?