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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Yo sentía que iba cayendo tierra sobre aquello, y si he de decir verdad, yo la echaba también a puñados, unas veces rezando, otras trabajando en demasía.... ¡Ay! al fin me encontré triunfante, y si pudiera valerme de una expresión rara.... A ver, diga usted esa expresión rara, querida sepulturera.
Mucha Memoria, mucho Registro Oficial, pero a condición de no encontrarse nunca cuando se pedían; y en la mesa de lectura, todos los diarios porteños, vacíos y estériles como sábanas de monja, luciendo el artículo editorial al frente, extenso riel de plomo en que, para valerme de una figura bíblica, se fatigan los caballos de la imaginación.
»¿Qué mucho, que, en el mixto, como tragicomedia, lo hallemos?... »Digo que sin defender la Comedia Española, ó por mejor decir Tragicomedia, con razones philosoficas ni metaphisicas, sino arguyendo ab effectu, y sin valerme de los exemplos de otros Poetas extrangeros, que felizmente han escrito en estilo y forma tragicomica, pienso salir con mi intento.
Si yo hubiera sido mujer rica, señora que frecuentase la misma sociedad que tú, te habría buscado de otro modo: en bailes, teatros y tertulias; pero estábamos tan lejos uno de otro, que por fuerza tenía que valerme de medios extraordinarios. Y, sobre todo, piensa una cosa: yo no te he dicho nunca, ni una sola vez, ¡buen cuidado he tenido!, que estuviese casada; te lo he dejado creer y nada más.
La poetisa se hallaba en un paroxismo de furor secreto. ¿Cómo podía yo decidirme por una solución contraria á las ideas de Cantarranas, cuando éste era mi Mecenas, ó, para valerme de una de sus más queridas figuras, corpulento roble que daba sombra á este modesto hisopo de los campos literarios?
Rosita, Rosita, trata de arrastrarme detrás de esos naranjos antes de que amanezca, porque yo no puedo valerme. ¡Oh! ¡sufro mucho! El desgraciado se había fracturado el fémur y los huesos le agujereaban la piel. Rosita, amor mío, Rosita mía, ayúdame... repetía con voz débil. La monja lanzó una carcajada convulsiva y violenta, sus ojos se agrandaron de una manera espantosa, pero no se movió.
¿Aquel que se atrevió á decirnos un día que el infierno era negro como vuestros ojos, y que vuestros ojos quemaban sin llama como el infierno? Pues si es ese santo varón, ya sé contra quién tenemos que conspirar. ¿Contra quién? Contra el conde de Olivares. ¡Ah! el pobre conde nos va á servir de mucho. Pienso valerme de él para otras muchas cosas. ¡Ah! ya no tenemos tiempo de prevenirnos.
Y el escudero salió de la tienda, riendo con un ojo y llorando con otro. Don Juan entró de nuevo en la trastienda. El señor Longinos se ocupaba en alinear de una manera simétrica las columnas de oro, con esa sensualidad característica de los avaros. Me parecéis bastante hombre de bien dijo don Juan y quiero valerme de vos. Yo soy capitán de la guardia española del rey. Por muchos años, señor.
Verdad es que alguna mudanza han hecho en mí ciertos acaecimientos de buena ventura, que me la han dado la mejor que yo pudiera desearme, pero no por eso he dejado de ser la que antes y de tener los mesmos pensamientos de valerme del valor de vuestro valeroso e invenerable brazo que siempre he tenido.
Palabra del Dia
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