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Melchor veía en el semblante de Lorenzo y en la vaguedad melancólica de su mirada, el reflejo de lo que pasaba por su espíritu; pero esta vez le atribulaba menos, porque el asentimiento obtenido de él para hacer el viaje que realizaban y permanecer en el campo algún tiempo, lo había considerado fundadamente como un gran paso hacia su curación, en la que estaba leal, sincera, hondamente interesado.

Creyó leer en este globo mate, de fúnebre vaguedad, el último pensamiento de la víctima, la maldición que pasó como un relámpago por su cerebro al dejar de existir. Indudablemente, había muerto abominando de las veneraciones de toda su vida. Leíase en la contracción de su rostro: había quedado impreso en aquella mueca que parecía una protesta.

Otra cosa eran las artes del dibujo, y en este punto el atildado pendolista no vacilaba en sostener que con la pluma hacía, si no prodigios, arabescos muy agradables; el arabesco era su dibujo favorito, porque se enlazaba con sus facultades de escribiente, y además también tenía cierto parecido con la música por su vaguedad e indeterminación.

La atmósfera de la iglesia, con el olor del incienso y el cuchicheo inquieto de las oraciones, penetraba sutilmente los sentidos de Muñoz y se confundía con la vaguedad de su sentimiento.

Supongo, señor Sanjurjo, que usted ya se irá acostumbrando a las exageraciones de las andaluzas. Seguimos hablando de política. Luego volvimos a hablar de toros. Por último, recayó la conversación sobre poesía. La exquisita amabilidad del conde le impulsaba a ello, pues que yo le había sido presentado como poeta. En España hay muy buenos poetas dijo el prócer con la mayor vaguedad posible.

No hay que olvidar que mañana la Grisse vuelve a cantar el Otelo. Tienes razón; ya no me acordaba. Concurriremos a la iglesia para que nos vean; la cuestión es que Amaury no pueda quejarse de que faltamos. Y dicho esto, prosiguieron su interrumpido camino. Cuando Amaury se separó de ellos asaltó su cerebro una idea que ya otras veces había acudido a su mente aunque con más vaguedad.

Contemplando la tranquilidad de aquellas santas mujeres, su apacible recogimiento, la vaguedad aparente de sus formas corpóreas, aquel silencio de sus pasos que les asemejaba a simples creaciones de la luz en el fondo de la cámara obscura; contemplando aquella calma de sus rezos, que nadie oía, sentí envidia de los que sumergen su vida en la dulce sombra de un claustro.

Aprovechando la ocasión en que los demás hablaban entre , me dijo en voz baja: Don Seferino, si alguna vez le hase farta un hombre..., ya sabe usté..., ¡un hombre!..., cuente usté conmigo. Aunque había cierta vaguedad en él, acaso por esto mismo me hizo profunda impresión el ofrecimiento. Eso de necesitar un hombre ¡era tan enérgico! Dormí aquella noche bastante agitado.

Es verdad que no conocemos la substancia del alma sino por la presencia del sentido íntimo, y por su relacion con los actos; y que por consiguiente ella en misma, con abstraccion de todos los fenómenos que experimentamos, no nos es dada en intuicion inmediata, y que cuando llegamos á este punto nos quedamos reducidos á la idea de un ser simple; pero esta indeterminacion y vaguedad en el conocimiento de la substancia del alma, no nos impide el conocer su simplicidad, si esta se halla atestiguada por el sentido íntimo, y además por la naturaleza de los fenómenos que nos dan á conocer al sujeto pensante.

»¡El Niño Jesús! ¡Qué dulce emoción despertaba aquella imagen! ¿Pero por qué había servido el evocarla para dar tormento al cerebro? La necesidad del amor maternal se despertaba en aquella hora de vigilia con una vaguedad tierna, anhelante».