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Actualizado: 25 de octubre de 2025


Y la esposa de Sánchez Morueta, acariciando estos pensamientos, corría en su automóvil hacia la villa, dejando tras las ruedas nubes de polvo. Pepita, desde una ventana de su cuarto, siguió un momento la marcha del vehículo y al verle desaparecer, esparció su mirada por el paisaje, con la vaguedad melancólica de los que se sienten enamorados y perciben en todo lo que les rodea una nueva vida.

Este hombre, educado a la rústica, clérigo de misa y olla, como vulgarmente suele decirse, tiene el entendimiento abierto a toda luz de verdad, aunque carece de iniciativa, y, por lo visto, los problemas y cuestiones que Pepita le presenta, le abren nuevos horizontes y nuevos caminos, aunque nebulosos y mal determinados, que él no presumía siquiera, que no acierta a trazar con exactitud; pero cuya vaguedad, novedad y misterio le encantan.

Tenía ante sus ojos el bosque inmenso hermoseado por la difusa luz de las estrellas, borrando en la penumbra su acre aspereza de vegetación salvaje, unificando sus bravíos colores en una vaguedad fantástica de inmenso jardín encantado. Maltrana creyó ver un gigantesco dibujo blanco y negro sobre un papel azul perforado por innumerables picaduras de alfiler que daban paso a la luz.

Montenegro, pasando por los tortuosos senderos que formaban las filas de toneles, llegó a la bodega de los Gigantes, el gran depósito de la casa; el almacén inmenso de los caldos antes de adquirir éstos forma y nombre, el Limbo de los vinos, donde se agitaban sus espíritus en la vaguedad de lo indeterminado.

De la parte trasera del carro surgió, como un monigote del fondo de una caja, una cabeza de viejo, con el cuello del chaquetón rozando las orejas y un gorro de pelo encasquetado hasta los hombros. Era una cara mofletuda y roja, con una vaguedad en los ojos rayana en la estupidez.

Porque D.ª Serafina Barrado, aunque estaba inmóvil y atenta con los ojos puestos en el orador, ofrecía tal vaguedad en la mirada, que bien se echaba de ver que se hallaba muy lejos de lo que decía. Lo que esta señora escuchaba, con imperceptibles estremecimientos de dolor y rabia, era el rumor de la plática de su capellán con Marcelina.

Nadie se imaginaba ya al grande hombre abrazándose al comandante para morir. Las masas no aman la gloria colectiva, á causa de su vaguedad; quieren algo preciso é individual, les gusta el héroe aislado y bien á la vista. Y por esto hablaban todos del grito del señor Simoulin, del heroico reto del señor Simoulin á los enemigos, sin mencionar para nada al comandante.

Palabra del Dia

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