Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 21 de junio de 2025
De modo que, si no se engañaba, ese personaje debía serle conocido íntimamente: Vérod había entrado quince años antes en la Universidad de Ginebra, cuando Ferpierre seguía el penúltimo curso de leyes, y un círculo de estudiantes les había contado a ambos en el número de sus socios durante dos años.
Y en esa certidumbre, al mismo tiempo que en sus propias antipatías contra los nihilistas, encontraban muchos una prueba del homicidio: la amiga de Vérod había debido de pensar, no en matarse, sino por el contrario, en gozar cuanto fuese posible de su nuevo amor: el Príncipe y la Natzichet la habían asesinado.
Vérod volvió a dejar caer el brazo, y con voz sorda, trémula, repitió: ¡Asesino! He venido para que usted cumpla justicia. Lo que usted haga será justo. Pero escúcheme usted todavía un instante. Cuando la vi caer, cuando vi su sangre brotar de su horrible herida, un rugido se escapó de mi pecho. Todavía estaba viva. Vivió para decirme sus últimas palabras.
Pero los motivos que pueden haberla impulsado al suicidio, no sólo no faltan, sino que abundan. Usted tiene, no obstante, un argumento de su parte, uno solo... Ferpierre se detuvo un momento para respirar. Roberto Vérod permanecía en la misma actitud en que desde el principio lo había escuchado: la cabeza baja, las manos estrechamente apretadas, como quien espera un golpe mortal.
Sí prorrumpió Vérod, cuyas dudas habían ido creciendo hasta manifestarse con precisión, robustecidas por las curiosas preguntas del juez.
¿Celoso?... ¡Para estar celoso habría debido amarla! ¿Y si la hubiera amado fielmente, a ella sola, me habría ella amado a mí? Ferpierre se quedó estupefacto ante la manifestación de semejante idea. O conservaba un mal recuerdo de las verdades brutales e ingratas de que Vérod había sido apóstol desde joven, o el pesimista, el escéptico se había convertido.
¡Lo creo! contestó Vérod con energía, estremeciéndose como el herido que siente el hierro revolverse en la llaga. ¿Y ha encontrado usted otras pruebas o argumentos que confirmen su acusación? Todavía no. Pues bien: conversemos un momento.
Y la duda que había expresado a Vérod comenzaba a tomar consistencia. ¡Sí la Condesa había copiado esa desconsolada sentencia después de haber conocido a Vérod cuando se encontraba turbada por una simpatía aun inconsciente, era necesario creer que no esperara hallar en el segundo amor una compensación sino un motivo de pena!
Pero Vérod negaba hasta eso mismo, porque para él no era concebible que un hombre como Zakunine inspirara una pasión sincera.
Que ya no se creía, no se sentía libre... El compromiso que había contraído un día al aceptar la vida común con ese hombre, era para ella un compromiso sagrado... No quería pasar de un hombre a otro... Ni yo tampoco la quería de esa manera... ¿Era creíble el escrúpulo que manifestaba Vérod? Un hombre enamorado que se siente amado ¿conoce obstáculos por el cumplimiento de sus anhelos?
Palabra del Dia
Otros Mirando