Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !

Actualizado: 21 de junio de 2025


¿Recuerda usted alguna fecha saliente en la historia de su amistad con ella? ¿Sucedió algo entre ustedes el 12 de agosto? Roberto Vérod se pasó una mano por los ojos antes de contestar, y luego dijo en voz baja: . Estuvimos juntos. La acompañé a la montaña. ¿Qué le dijo usted? Nada. Había otras personas con nosotros. Yo hablé poco, y además, si hubiéramos estado solos, no le habría dicho nada.

A Zurich iba para hablar de ella a otra infeliz, a Alejandra. Alejandra Natzichet ha muerto... Vérod estaba aturdido. No, no soñaba; pero la realidad tenía todos los caracteres del sueño. El hombre que hablaba en su presencia se parecía a aquel orgulloso revolucionario como las pálidas imágenes de una pesadilla se parecen a las personas vivas. ¿Muerta la Natzichet? ¿Cómo, por qué había muerto?

Si, por alguna razón secreta, por salvar a su correligionario, la nihilista se había confesado autora de un delito que no había cometido ¿no debería insistir él, Vérod, en la acusación contra Zakunine?

Para demostrar a Vérod la sinceridad de la narradora, leyó todavía otros párrafos, aquellos en que estaban descriptas las ingenuas impresiones de la adolescente y de la esposa. Poco a poco iba reconstruyendo para Vérod la historia completa de aquella alma, como la había reconstruido para durante la primera lectura. Hay que creer lo que ella misma escribió aquí.

Cuando el juez se quedó solo, la confianza que lo había sostenido lo abandonó de improviso. La resistencia de Vérod lo había aguijoneado, sugiriéndole argumentos cuya fuerza contra la acusación le parecía grande; pero, al fin, viendo que el otro le daba la razón, en vez de afirmarse en su opinión, volvió a dudar.

Antes de haber encontrado a Vérod, su corazón estaba oprimido, su vida llena de amargura, todos sus esfuerzos habían fracasado; pero, sin embargo, aun podía respetarse.

Eso no habría hecho que usted descendiera en su concepto: ella debía pensar que en usted, como hombre, era natural la impaciencia del deseo, que el error había sido suyo, por no haberlo previsto. Tiene usted razón contestó Vérod, meneando lentamente la cabeza. Eso era natural. Usted no puede creer que una cosa natural no hubiera llegado a realizarse.

En los primeros días, Vérod no se había siquiera planteado el problema moral que en ese momento acrecentaba su tormento.

Roberto Vérod continuaba en Lausana, en los lugares de los cuales no se podía ya apartar. Un día, después de haber leído esta noticia, se encontró con el juez Ferpierre. Desde el momento del proceso no había vuelto a verle y apenas lo distinguió se le acercó, agitado y ansioso, como a la única persona con quien podía hablar aún de la muerta, del culpable y de mismo.

Luego agregó: Sea por siempre bendita y bendecida. El llanto de Vérod era tempestuoso. Roberto, ¡qué bueno es usted! ¡Gracias!... ¡Adiós!... Diciendo esto, se inclinó a besar la mano del joven. Pero Roberto Vérod la retiró y abrió los brazos. Los dos hombres permanecieron un momento estrechamente abrazados. El Príncipe preguntó en voz muy baja: Hermano, ¿me perdonas? Te perdono, hermano.

Palabra del Dia

rigoleto

Otros Mirando