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Actualizado: 10 de julio de 2025


Cortés y mesurado en sus palabras, gallardo en sus ademanes, parco en el sonreír, el marqués de Moraima era un gran señor de otros tiempos, vestido casi siempre con traje de caballista, enemigo de la vida urbana, molesto por las exigencias sociales de su familia cuando éstas le retenían en Sevilla, y ansioso de correr al campo entre mayorales y vaqueros, a los que trataba con una llaneza de camaradas.

Los "nunus" del bosque me dicen sinceros que soy muy dichoso en mi soledad. Huyo del tumulto de la vida urbana, la fiebre del oro, la fraterna lid; la ciudad es fosa de la gleba humana, de los hombres-fieras madriguera vil. Entrad en mi humilde y frágil cabaña que se esconde tímida bajo un platanar. Mi choza de nipa, mi choza de caña os dará un tesoro: el alma natal.

Era un aristócrata. Generalmente el salón de baile se enseñaba a los forasteros con orgullo; lo demás se confesaba que valía poco. Los dependientes de la casa vestían un uniforme parecido al de la policía urbana. El forastero que llamaba a un mozo de servicio podía creer, por la falta de costumbre, que venían a prenderle. Solían tener los camareros muy mala educación, también heredada.

En la City y en sociedad creían algunos que poseía grandes sumas invertidas en minas, y que era un feliz especulador en acciones, mientras otros declaraban que era dueño, por lo menos, del terreno, o, mejor dicho, de toda la planta urbana de dos grandes ciudades de los Estados Unidos, afirmando algunos, con más aplomo, que el origen de su fortuna provenía de concesiones que había conseguido del Gobierno otomano.

En cuanto a que los bufos corrompen o tiran a corromper el buen gusto literario, aún es más infundada la acusación. Pues qué, ¿la música, mala o buena, es incompatible con la discreción, con el sentido común, con el ingenio, con la gracia urbana y con otros requisitos y excelencias de que va o pudiera ir adornada una fábula dramática?

Allí ha mordido la maledicencia urbana a los jugadores trasnochadores, a los maridos calaveras, a la juventud disoluta y disipada, y cada mordisco de mamá indignada ha hecho los estragos de la viruela en el retrato moral de las víctimas.

Componíanle los hombres más serios de la banca, del foro y de la propiedad urbana; y con decir que eran muy serios, dicho queda, conforme al rigorismo de la moderna bourgeoisie, hasta qué punto era entre ellos poco menos que un pecado mortal la risa franca y desenvuelta. Pero no así la sonrisa, que la conocían y la usaban, aunque sobriamente, en todos sus caracteres y expresiones.

Su manera de exponer era tan ática y urbana, y sus pinceladas tan finas y tan delicadas, como no se habían conocido hasta entonces; pero su estilo se contaminó también con el exagerado atildamiento de aquellas frases, que dirigían á sus damas, en el Buen Retiro, los mismos caballeros que frecuentaban sus salones; los personajes, y hasta la ilación de las escenas de sus comedias, hubieron de ajustarse, no pocas veces, á la etiqueta de la corte, y, en vez de ofrecer un cuadro vasto y completo de la humanidad, en su variedad infinita, trazó, tan sólo, á menudo, la pintura de una parte muy reducida de la misma, esto es, de aquélla en que vivía, y para la cual escribía.

Dos gruesas perlas, hermanas de los azahares, servíanle de pendientes, y su seno, aquel seno escaso que tanto mal sueño me había producido, cerrado completamente por la bata, daba a su busto una corrección de líneas inimitable. ¡Era feliz mi tío! El señor Penseroso con una dulzura exquisita y un laconismo de la más urbana discreción dijo la ceremonia.

La propiedad territorial, semoviente y urbana está muy dividida en Suiza, lo cual explica la existencia de tantas pequeñas fortunas que aseguran al individuo un bienestar modesto pero sólido, y con él la independencia, la dignidad y la moralidad.

Palabra del Dia

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