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Iba a ponerse a estudiar, y no de cualquier manera ni cualquier cosa; sus estudios de retórica habían ya terminado el año último, y acababa de asistir a la toma de Troya y a la fundación de Roma; había bebido con Horacio en las cascadas del Tíber, admirado a las abejas con Virgilio, salvado a la República con Cicerón y alborotado en las plazas de Grecia con Demóstenes.

Esos no te apuren: se toman a nuestra comodidad, o no se toman... o se corta por donde convenga; y que arda Troya si es preciso. A nosotros, ¿qué? Por de pronto, cenaremos para cobrar fuerzas; y con eso y el descanso de la cama, amanecerá Dios mañana y medraremos... ¡Catana! ¡Catana!...

Debe ser alguna guaranga, degradada como ... ¡Esta me la has de pagar! ¡Ha de arder Troya! Usted ha manchado mi familia y mi nombre, arrastrándolo por las últimas capas sociales. ¡El nombre de los Berrotarán! Si mi padre viviera, ya te habría molido las costillas; treinta años fue militar, y mi madre no tuvo jamás una queja.

Pues mira, mamá, deja que nos pongan como les de la gana; a me sale de adentro el ir, y no quiero andar con repulgos. Vamos allá, y arda Troya. Como estamos, vamos bien, sin nada en la cabeza; no tenemos más que echar a andar.

Y, sacando un pañuelo de la faldriquera, pidió a la Dolorida que le cubriese muy bien los ojos, y, habiéndoselos cubierto, se volvió a descubrir y dijo: -Si mal no me acuerdo, yo he leído en Virgilio aquello del Paladión de Troya, que fue un caballo de madera que los griegos presentaron a la diosa Palas, el cual iba preñado de caballeros armados, que después fueron la total ruina de Troya; y así, será bien ver primero lo que Clavileño trae en su estómago.

Al salir de Barcelona, volvió don Quijote a mirar el sitio donde había caído, y dijo: ¡Aquí fue Troya! ¡Aquí mi desdicha, y no mi cobardía, se llevó mis alcanzadas glorias; aquí usó la fortuna conmigo de sus vueltas y revueltas; aquí se escurecieron mis hazañas; aquí, finalmente, cayó mi ventura para jamás levantarse!

Pues no es las mias, dixo con mucha frialdad Pococurante: en otro tiempo me habían hecho creer que tenia mucho gusto en leerle; pero la repeticion no interrumpida de batallas que todas son parecidas, aquellos Dioses siempre en accion, y que nunca hacen cosa ninguna decisiva; aquella Helena, causa de la guerra, y que apénas tiene accion en el poema; aquella Troya siempre sitiada, y nunca tomada: todo esto me causaba un fastidio mortal.

Del mismo pincel y de la misma época son estos cuatro de este lado: Héctor, Aquiles... ¡Demonio! parece que te voy a hablar del sitio de Troya... Cosas de mi padre.

Ha habido cien batallas sobre los cuerpos de los héroes muertos. Ulises defiende el cuerpo de Diomedes con su escudo, y los troyanos le caen encima como los perros al jabalí. Desde los muros disparan sus lanzas los reyes griegos contra Héctor victorioso, que ataca por todas partes. Caen los bravos, los de Troya y los de Grecia, como los pinos a los hachazos del leñador.

Tomás y de S. Fernando, cuajados de cogollos y follages dorados, podrian en pequeña escala pasar por verdaderos primores si fueran obra de monjas. Guarda celosa Córdoba en esta capilla una santa imágen que es su númen tutelar, como lo era para la antigua Troya la famosa estátua de Palas.