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Actualizado: 2 de junio de 2025
Con el estruendo de costumbre sobre el malísimo empedrado, pasaban muchos carruajes, cuyos cristales, empañados por el frío de la noche, dejaban apenas percibir la blanca forma de una dama de copete; y seguían los tranvías su trotar monótono, entretenido el conductor en regalar el oído de los viajeros con espantables sonatas de corneta.
El cura se volvió para mirar a Juan que se perdía ya en la espesura del bosque. Sí, señor, hay algo, y sois vos, señor cura. No, yo no. ¡Pues bien! ¿queréis que os lo diga, señor? no hay en el mundo nada mejor que vosotros dos, Juan y vos. ¡Esa es la pura verdad!... ¡Ah! ved qué lindo terreno para trotar! Voy a dejar correr a Niniche... ¿Sabéis que la llamo Niniche?
Cada cual busca su igual, tal para cual, tal para cual. Caleb no tanto se sorprendió por el sentido filósofo de la cantinela cuanto por el acento del que cantaba, que le sonó como a cosa muy de su conocimiento y familiaridad; así quiso aguijar a su compañero de viaje, pero ello no fué necesario, pues el asno, por un superior instinto, se resolvió a trotar muy gentil y poderosamente.
Antes de que los perros anunciasen su proximidad, oía ella el trotar del caballo. ¡Pero, cegato! gritaba a su marido. ¿No oyes que viene Rafaé? Anda a sostenerle el cabayo, mardecío.
Amparo, al llegar a la entrada de las Filas, sintió detrás de sí una respiración anhelosa y como el trotar de una acosada alimaña montés, y casi al mismo tiempo emparejó con ella Chinto, sudoroso y jadeante. La perseguida se volvió desdeñosamente, fulminando al perseguidor una mirada de despide-huéspedes. ¿Para qué corres así, majadero? díjole en desabrido tono . ¿Si creerás que me escapo?
Y sin embargo, se levantaba, extendía los brazos, rascábase el cráneo, recobraba el recio castoreño, perdido en la caída, y volvía a montar en el mismo caballo, que los «monos sabios» incorporaban a fuerza de empellones y varazos. El vistoso jinete hacía trotar al jaco, que arrastraba por la arena sus entrañas, cada vez más largas y pesadas con la agitación del movimiento.
Acerca de los inconvenientes prácticos del sistema parlamentario estaban muy de acuerdo la yegua y la borrica que, con un caballo recio y joven nuevamente adquirido por el mayordomo para su uso privado, completaban las caballerizas de los Pazos de Ulloa. ¡Buenas cosas pensaban ellos de las elecciones allá en su mente asnal y rocinesca, mientras jadeaban exánimes de tanto trotar, y humeaba todo su pobre cuerpo bañado en sudor!
El cura llevaba en el bolsillo una onza de chocolate, y había aconsejado a Miguel que llevase otra: en el primer merendero o taberna que tropezaban, las tomaban disueltas en agua, y proseguían su marcha. A Miguel le gustaba mucho trotar, pero el cura se oponía, porque según él «se batían demasiado los hipocondrios:» en realidad era que temía caerse.
Obedeciendo sus indicaciones, un grupo de atletas había corrido á lo alto de la mesa para manejar la grúa que subía los alimentos. Ocupando su plato-ascensor pudo llegar á la vasta planicie de madera, sin necesidad de trotar por las fatigosas espirales.
Era un mocetón moreno, vestido como los contrabandistas o los bandidos caballerescos que sólo existen ya en los relatos populares. Al trotar su caballo, movíanse las alas de su chaqueta corta de cordoncillo de Grazalema, con coderas de paño negro ribeteadas de seda y bolsillos de media luna forrados de rojo. El sombrero, de alas grandes y rectas, estaba sostenido por un barbuquejo.
Palabra del Dia
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