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Por ambas puertas, porque tiene dos entradas, y es por eso tan difícil de guardar, llegan, salen, se tropiezan, se codean los neófitos y los iniciados en el culto del sagrado becerro, que van a prosternarse ante el ara y a consultar el oráculo; no da éste a conocer sus sentencias por medio de epiléptica pitonisa, sentada en su trípode y acompañada de truenos y relámpagos, sino por modesto civil que, tiza en mano, las traduce fielmente sobre negro pizarrón, y son escuchadas con avidez y recogidas y transmitidas de los que salen, a los que entran, de éstos a los que llegan después y de los últimos que se retiran, a la ciudad inmensa, que espera anhelante, como si de la cotización bursátil dependieran su bienestar y su porvenir, y se regocija o alarma, alternativamente.

Pero uno de ellos la sacó en cierta ocasión de un mal paso. La hija del guarda, con otras dos amigas, se había ido un domingo á visitar la ermita de una Virgen situada á alguna distancia de la población sobre un cerrillo áspero y solitario. Llevaron merienda, entretuviéronse más de lo que pensaban: al regresar á su casa empezaba á cerrar la noche. Y aquí que, caminando las tres costureras cogidas del brazo, entonando alegres canciones para ahuyentar el miedo, tropiezan con dos mozos labradores que volvían de la ciudad. Las detienen, las requiebran groseramente, se propasan á abrazarlas. Venían un poco ebrios; pero les convino fingirse más de lo que estaban para el caso. Las jóvenes gritan y se defienden valerosamente, pero en vano; el lugar era solitario y sus fuerzas no bastaban á contrarrestar las de los gañanes.

Si encuentran un ser débil preparado para recibirlos, lo matan; pero si tropiezan con uno fuerte, dispuesto á repelerlos, ellos son los que perecen. No tienen fuerza para apoderarse de nada por mismos. El que les haga frente puede estar tranquilo de que no lo buscarán.

Escucháronse á la vez gritos de triunfo y lamentos, imprecaciones y vivas. Como dos ríos impetuosos que caen de la montaña y sus aguas se tropiezan en el valle con fragoroso estruendo que se oye á lo lejos, así los dos ejércitos rivales cayeron el uno sobre el otro. Igual furor los anima: el mismo deseo de gloria agita sus corazones.

Se consideraba responsable de la muerte de su compañero. Lo había conocido en Nápoles pocos días antes, pero estaban unidos por la estrecha fraternidad de los compatriotas jóvenes que se tropiezan lejos de su país. Los dos habían nacido en Barcelona.

En los dias séptimo y octavo del viage se sube el Piray, con muchísimo trabajo si la estacion es de seca: el álveo de este rio, bastante profundo desde luego, se halla de trecho en trecho obstruido por árboles que las corrientes amontonan, ó por espigones permanentes en el fondo del rio, contra los que tropiezan á menudo las canoas; lo que ocasiona no pocos desastres.

Solía entonces pasar horas enteras en la Nursery jugando con sus hijos: comíaselos a besos, llamábales sus pichoncitos, hacíales traer costosos juguetes y golosinas de todos géneros; y complaciéndose en poner en ridículo a Miss Buteffull y en decir pestes de los padres del colegio, destruía en media hora todo lo bueno que, a costa de mil trabajos, habían sembrado y podían sembrar en adelante estos y aquella en los tiernos corazones de ambos niños; porque uno de los grandes escollos en que tropiezan los esfuerzos de las personas dedicadas a la educación, consiste en la imprudente y culpable ligereza con que se complacen muchos padres en presentar ante sus hijos a preceptores y maestros, no como amigos íntimos encargados de guiar sus pasos, ni como seres benéficos que les dispensan el favor insigne de formar sus corazones y alumbrar sus entendimientos, sino como tiranos que les oprimen y mortifican, como carceleros cuya vigilancia hay que burlar con ardides y tretas más o menos inocentes.

Yo bien que los libros son la expresión de la sociedad, y que la sociedad sólo a medias es discípula de los libros; pero ¿quién negará que cada uno de ellos es leña echada en el fuego de la concupiscencia, incentivo del general descreimiento, piedra en que tropiezan las voluntades mal inclinadas, ocasión nueva de desaliento para las voluntades marchitas?

No puedo ocultar a usted que me desagrada la familiaridad de la niña con el sobrino de Urbano. EVARISTA. Ya la corregiremos. Pero tenga usted presente que Máximo es un hombre honradísimo, juicioso... PANTOJA. , ; pero... Amiga mía, en los senderos de la confianza tropiezan y resbalan los más fuertes: me lo ha enseñado una triste experiencia. Yo sentaré la cabeza cuando me acomode.

La mayor parte de las veces parece que, en lugar de interesar al lector y recrear su espíritu, nos proponemos acabar con su paciencia. La composición es el escollo en que tropiezan la mayor parte de los autores de novelas.