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Actualizado: 29 de junio de 2025


En una gran sala de la casa solariega de los Oscos, amueblada con cuatro trastos viejos, tapizada con dos dedos de polvo, se encuentran sentados a una antigua mesa de roble dos conocidos personajes de esta historia. Uno es el propio barón, dueño de la casa. El otro, su amigo Fray Diego. Tienen delante un tarro de ginebra vacío, otro a medio vaciar y sendas copas.

Mas antes de que la doncellita contestase se abrió la puerta de un pequeño gabinete, también lleno de trastos a medio colocar, y apareció una mujer como de veinticinco a treinta años de singular gentileza, que arrojándose en brazos del anciano rompió a llorar amarga y calladamente.

Oía su misa los domingos y confesaba muy de tarde en tarde; mas de este paso regular no la sacaba nadie. Desde un día en que disputando con su sobrino sobre este tema, se amontonaron los dos y por poco se tiran los trastos a la cabeza, no quiso doña Lupe volver a mentar a los carcundas delante de Juan Pablo.

Fíjate bien en esto. Lo que quiero saber ahora es qué sujeto era ese con quien te uniste después, el que te sacó de Madrid y te llevó de pueblo en pueblo como los trastos de una feria. Era un hombre traicionero y malo dijo Fortunata con desgana, como si el recuerdo de aquella parte de su vida le fuera muy desagradable . Me fui con él porque me vi perdida, y no tenía a dónde volverme.

Primero, los moros, en los ruidosos alalíes con que solemnizaban sus festividades, gozaban en hacer grandes hogueras; los cristianos adoptaron después esta costumbre, como muchas otras; lentamente, el número de fallas fue limitándose en el año, hasta quedar las de San José, que hacían los carpinteros para solemnizar la fiesta de su patrón y la llegada del buen tiempo, en el que ya no se trabaja de noche; hasta que por fin, el espíritu innovador del siglo hermoseó la falla, dándole un aspecto artístico, encerrando el montón de esteras y trastos viejos entre cuatro bastidores pintados y colocando encima monigotes ridículos para regocijo de la multitud.

Como que no; ese caballero anciano que usted dice, y que también ha venido por aquí, debe de ser el mayordomo u cosa tal, de otro más joven, que es quien ha puesto el cuarto.... por cierto que ahora lo quita. ¡Cómo que lo quita! Quitándolo y llevándose los trastos. Ya me olí yo que se trataba de una trapisonda, vamos, de un señor arrimao con una señora.

«Yo... bien lo sabe usted... balbució Sor Marcela , lo tenía para mi mal del estómago... coñac superior». Pero esa maldita ¿cómo...? Si esto parece... ¡Jesús me valga! Estoy horrorizada. ¿Pero cuándo...? Es muy sencillo... hágase usted cargo. Anteayer, ¡San Antonio bendito!, cuando estuvo en mi celda moviendo los trastos para coger el ratón.

Y como la bruja aquélla tenía tanta confianza con el señor de la casa, permitiéndose tratarle como á igual, se llegó á él, le puso sobre el hombro su descarnada y fría mano, y le dijo: «Nunca aprende... Ya está otra vez preparando los trastos de ahorcar.

Pero ¡por mis pecados! que me has de devolver esos trastos, amigo, si he de cumplir la misión de Sir Claudio Latour, y te los pagaré como nuevos, á precio de armero. Aquí tienes todo lo que te he ganado y no hables de pagármelo, dijo Tristán. Mi único deseo era llevar encima esos arreos por un rato, para tomarles el peso, ya que en Francia y España he de llevarlos á diario por algunos años.

Lucido estaría si consultara con tu necedad lo que debo hacerContemplando un momento el encerado de las matemáticas, exhaló un suspiro y prosiguió así: «Si preparo los trastos, eso no es cuenta tuya ni de nadie, que yo me cuanto hay que saber de tejas abajo y aun de tejas arriba, ¡puñales!

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